lunes, 11 de agosto de 2008

Llegó la hora del por ahora


Por: Nicolás Toledo Alemán.


Cuando Chávez preparaba el Referéndum de la Reforma Constitucional que se llevaría a cabo el 2 de Diciembre de 2007, tuvo la opción de presentarnos sus propuestas una a una, para que las votáramos por separado. No lo hizo. Prefirió empaquetárnoslas. Para ello colocó unos caramelitos: ampliar el sistema de seguridad social para los trabajadores informales y la disminución de la jornada laboral. Su apuesta era obvia: haciendo énfasis en las zanahorias, no nos daríamos cuenta del garrotazo que nos venía tras ellas, es decir, elección indefinida, creación de las milicias, nueva arquitectura del poder, eliminación progresiva de la propiedad privada, revertir la descentralización, etc.

Así fuimos al referéndum. La sociedad democrática entendió lo que estaba en juego y se movilizó. Buena parte del electorado que venía acompañando a Chávez (como alguna vez acompañaron a Caldera, Pérez o Lusinchi) no se sintió particularmente motivado y prefirió quedarse en sus casas y la Reforma Constitucional de Chávez murió así nonata.

El resultado fue la más importante victoria de las fuerzas democráticas sobre el neototalitarismo en estos últimos 10 años. Esa “victoria de mierda”, “pírrica” (sic) según vocabulario escogido por nuestro Presidente para su alocución nacional se habría debido a que el país no estaba preparado y la revolución, léase Chávez, apuró el paso más allá de sus posibilidades para el momento.


La estrategia del empaquetamiento tuvo resultados a la carta, según el gusto del lector; a la postre fue buena para Chávez y sus intereses. De haber llevado las propuestas por separado tal vez el descalabro hubiese sido más amplio y evidente, al menos en aquello que más les importaba. Fue mala para el elector clientelar que esperaba ganar, al menos, alguno de los caramelitos que allí se incorporaron. Y tuvo resultados mixtos para la oposición, que por una parte ganó e impidió así la concreción del proyecto neototalitario, (por ahora…) pero por otra parte, al haber obtenido un rechazo general al paquete no le fue fácil evidenciar de manera más clara y contundente, el rechazo particular y concreto a las medidas más emblemáticas de la propuesta, donde la reelección era quizá de las más importantes.

Al día siguiente se llenaron las vallas de las ciudades del país con un muy escueto pero amenazante: ¡Por ahora!.


Ocho meses después ese por ahora llegó gracias a la Ley Habilitante, y lo que el pueblo rechazó en paquete, viene con nuevo disfraz, el de conjunto de leyes discutidas en cenáculos, aprobadas por fast track, refrendadas en su legalidad por el TSJ que tarda más de dos años en decidir sobre la legalidad de las inhabilitaciones, pero menos de tres días para avalar este oprobio.

Curioso: en ninguna de las 26 leyes aprobadas se nombra el sistema de seguridad social para los trabajadores informales y la disminución de la jornada laboral. Aquellos caramelitos ya no están haciendo falta, manera de evidenciar cuán dispuesto estaba el ejecutivo a ponerlos en práctica aún si hubiesen sido aprobadas el 2D.

¿Por qué Chávez lanza este paquete de leyes justo en este momento? ¿Por qué ha llegado la hora del “por ahora”?

Por tres razones. Primero, porque Chávez no es demócrata, ni respeta al pueblo, ni aspira a otra cosa que perpetuarse en el poder. Como todo déspota se debe al pueblo que el nombra como tal, los que lo adversan no son pueblo, son escoria.

Segundo, porque sabía que haciendo coincidir esta avalancha de leyes con el tema de las inhabilitaciones le quitaría impacto a su inconstitucional proceder, en uno como en otro tema. Y tercero porque, a sabiendas de que la oposición democrática ya había entendido la importancia vital de las elecciones del 23 de noviembre, aspiraba a distraerla de ese objetivo estratégico y, de no lograrlo, haber avanzado en su proceso de consolidación totalitaria con la aprobación de un andamiaje legal desde agosto, aunque su puesta en práctica sólo se lleve a cabo después de diciembre para evitar mayores impactos a sus aspiraciones electorales.

Si esto es así, ¿qué deberíamos hacer los demócratas venezolanos? Lo que estamos haciendo: no cejar en el objetivo estratégico de ganar la mayor fuerza posible en las elecciones del 23N. Oponernos con toda la fuerza a ese paquete de leyes y denunciar el contrabando de sus contenidos luego de haber sido rechazadas por elección popular en el referéndum del 2D. Denunciar el “olvido” presidencial con los trabajadores venezolanos, informales o no. Prepararnos para ganar y cobrar la victoria que obtengamos en las elecciones regionales sea ésta del tamaño que termine siendo. En fin, darle al venezolano razones para mirar hacia otro lado: esperanzas, gente de valía, valores supremos, nuevas y diferentes maneras de hacer política.

miércoles, 4 de junio de 2008

"La izquierda ha traicionado sus propios ideales"


ENTREVISTA: 75 años de la Feria del Libro de Madrid PASCAL BRUCKNER Filósofo y novelista

JOSÉ ANDRÉS ROJO - El País, Madrid - 04/06/2008


De lo que trata Pascal Bruckner en La tiranía de la penitencia. Ensayo sobre el masoquismo occidental (Ariel) es de la mala conciencia de Europa. Una mala conciencia, que procede de una historia tan larga y tan sangrienta, que la tiene atenazada. Europa no se pronuncia, no interviene, no actúa. Procura ser comprensiva, tolerante y no cuestionar ni preguntarse demasiado por cuanto ocurre en todos esos lugares (América, África, Asia) en los que hace sólo unos siglos (a veces, unas cuantas décadas) aún gobernaba, y que había conquistado previamente casi siempre con extrema crueldad. Bruckner es especialmente duro con la izquierda: "Al abrazar con tanto fervor el sentimiento de culpa, ha traicionado sus propios ideales", comenta el filósofo francés durante su breve estancia en Madrid.

¿Cómo surgió ese afán de arremeter contra la irrelevancia actual del viejo continente? "Del momento que estamos viviendo. De los atentados de Madrid y Londres. Del propio espíritu de los tiempos que ha llevado a Europa a no saber pronunciarse con voz propia ante la emergencia del fundamentalismo islámico", dice. Las casi 200 páginas de su libro tienen un afán revulsivo desde el principio. Habla de "autoacusación" y "fustigación pública", trata a los europeos de "funcionarios del pecado original", escribe con rotundidad: "Del mismo modo que hay predicadores del odio en el islamismo radical, también hay predicadores de la vergüenza en nuestras democracias, sobre todo entre las élites pensantes, y su proselitismo no es menor".

"Ya sabe lo que decía Sartre", comenta Pascal Bruckner, "que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. Y ahí seguimos. Con la mala conciencia de que Europa haya engendrado verdaderos monstruos e incapaces de reconocer que también creamos los instrumentos para combatirlos, que los valores de igualdad, libertad y justicia social forman parte de nuestro vocabulario. Tanto afán en defender la diversidad cultural, que se ha renunciado a la dimensión universal de esos valores. Y de eso se trataba".

Bruckner considera que el terrorismo islámico se sostiene en la hostilidad de los fanáticos hacia una sociedad abierta como la occidental, y echa chispas cuando, escribe en su libro, "la ultraizquierda corteja con semejante constancia a esta teocracia totalitaria". Bruckner señala como un gesto particularmente relevante de esa mala conciencia de Occidente algunas de las reacciones a un atentado tan brutal como el de las Torres Gemelas. "La primera reacción es proclamarse culpable: algo tenemos que haber hecho. Luego ya vienen las explicaciones. Que si la miseria de aquellos países, que si los conflictos que se generaron allí, que si la humillación, que si el petróleo. ¿Y si la pelota estuviera en su lado y fueran ellos los que no soportan nuestro modo de vida?". Se trata, pues, de una cuestión de maneras de ver la vida. "El auténtico combate no es militar", subraya Bruckner, "es ideológico. No se trata de mandar soldados a morir, es una guerra de ideas".

"La extrema izquierda", explica después, con los ademanes distantes del filósofo que aplica el bisturí a una sociedad enferma, "se ha convertido en el superyo de la izquierda e impide que se modernice, que defina su mensaje a propósito de dos grandes cuestiones: la economía de mercado y la justicia social". Explica, en ese sentido, la emergencia de los populismos nacionalistas como un síntoma del debilitamiento del poder tradicional. "La masa ha perdido la confianza en los partidos y se vuelca con los líderes carismáticos".

Una de las cuestiones centrales que recorren su ensayo es el conflicto que se deriva de la avalancha de inmigrantes que llegan a Europa. Así que critica, en primer lugar, la cuestión colonial. "Francia ha pasado por alto muchos desmanes del FLN argelino con tal de no ser tachada de colonialista. Pero lo que está haciendo justamente es ejercer una suerte de segundo colonialismo, al seguir sin tratar de iguales a los países que estuvieron alguna vez bajo su dominio. No se puede mirar hacia otra parte, por esa vieja mala conciencia, cuando en muchos países africanos se cometen barbaridades".

jueves, 8 de mayo de 2008

La revolución silenciosa






Francis Fukuyama
De Foreign Affairs En Español, Enero-Marzo 2008

Francis Fukuyama es profesor de Economía Política Internacional y director del Programa de Desarrollo Internacional en la School of Advanced International Studies, de la Johns Hopkins University.







Sin temor a equivocarse, América Latina no merece ningún respeto para Washington. Mencione la región en una reunión de letrados en política exterior que no sean especialistas en América Latina, e inmediatamente dejan de prestar atención. Puede haber un rápido debate sobre Hugo Chávez de Venezuela, pero la atención pronto volverá a Medio Oriente, Rusia o China. Allá por 1971, Richard Nixon aconsejaba al joven Donald Rumsfeld: "América Latina no importa... Hoy a la gente le importa un comino América Latina". Rumsfeld aceptó el consejo de Nixon para saber a dónde dirigir su carrera, y el resto es historia.

La cobertura de América Latina en los principales medios de comunicación es un poco mejor. Recibe atención sobre todo cuando causa problemas a Estados Unidos. Por ello ha corrido más tinta sobre Chávez en los últimos años que sobre todos los demás países de la región en su conjunto. Lo único que se piensa en Estados Unidos en relación con América Latina son problemas como las drogas, las bandas y la migración indocumentada.

Pero América Latina debería importar a los estadounidenses, y no sólo porque los latinos han rebasado a los afroestadounidenses como la minoría étnica más grande de Estados Unidos (15% contra 13%). La región es hogar del mayor conjunto de democracias en el mundo, pero también es un lugar de enormes desigualdades sociales y dictaduras siniestras. Por consiguiente, ha sido un campo de batalla clave de ideas, donde se han extendido todo tipo de modelos de desarrollo: comunista, socialista, de libre mercado, mercantilista. La Guerra Fría fue tema de debate en América Latina, desde el golpe de Estado contra Jacobo Arbenz de Guatemala en 1954 hasta las guerras civiles en América Central en la década de 1980, pasando por la Revolución Cubana y las dictaduras militares.

El penúltimo acto de esta fábula ocurrió en la década de 1990, cuando la región había vuelto a la democracia y capeado la crisis de la deuda de los ochenta. El final de la Guerra Fría pareció que constituiría una oportunidad para un nuevo arranque. Washington y las instituciones financieras internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, impulsaron a los gobiernos latinoamericanos a abrir sus economías al comercio global y a reducir el papel del Estado en el manejo económico: el llamado Consenso de Washington. Este viraje hacia ideas y políticas favorecidas por Estados Unidos no produjo el tipo de crecimiento económico dinámico que experimentó por Asia del Este, sino más bien una minicrisis de estancamiento a finales de la década de 1990 y, en el caso de Argentina en 2001, un verdadero desastre económico. Ese estancamiento preparó el terreno para la elección de líderes de centro-izquierda en Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Nicaragua, Uruguay y Venezuela, algunos de los cuales han denunciado al "neoliberalismo" y las políticas estadounidenses como la fuente de los problemas de sus países.

El desarrollo da forma a la materia. Si Estados Unidos no puede ayudar a llevar a los países de su propio vecindario hacia la democracia liberal y el crecimiento económico basado en el mercado, es difícil determinar qué asuntos ha estado tratando de transformar en la política de países que están al otro lado del mundo y que presentan más diferencias culturales. Por el momento, el discurso dominante en el hemisferio occidental sostiene que las ideas estadounidenses en torno al desarrollo han fallado.

Sin embargo, lo que ocurre en realidad es más complejo: pese a las salidas de tono de Chávez, la mayoría de los países latinoamericanos ha logrado profundizar en sus instituciones democráticas, integrarse a la economía global y hacer frente a las desigualdades sociales endémicas como para presagiar un buen futuro. La historia de avances lentos aunque sostenidos por parte de gobiernos reformistas, más que revolucionarios, en toda América Latina nunca ocupará los titulares de los periódicos, pero es el tema del excelente nuevo libro de Michael Reid, quien desde hace mucho ha sido corresponsal en América Latina de The Economist. "La mayoría de los países latinoamericanos estaba mejor colocado en 2007 que en cualquier momento del cuarto de siglo anterior", escribe Reid. "Pese a todo lo incompletas que fueron, y a pesar de algunos costosos errores en su implementación, las reformas económicas han dado a la región la plataforma a partir de la cual buscar mejorar su suerte en el mundo." Reid destaca que un accidente de la historia -- el punto máximo de los precios petroleros desde 2001 -- concedió una verosimilitud espuria a la alternativa representada por la "Revolución Bolivariana" de Venezuela. Ese modelo es populista en el sentido clásico del término: satisface las demandas populares de corto plazo en cuanto a gasto social, pero de maneras que son completamente insostenibles en el largo plazo, y no sólo para países que carecen de los recursos energéticos de Venezuela, sino para la misma Venezuela. La acción real radica más bien en países como Brasil y México, cuyas reformas serán probablemente más duraderas. Como señala Reid: "Los movimientos sociales radicales de representatividad a veces cuestionable podrían ganarse los titulares con manifestaciones callejeras, pero el poder de la opinión pública, expresada a través de los medios, a través de gobiernos locales o en grupos cívicos, a menudo es más significativa a la hora de lograr el cambio sin aspavientos".

¡VIVA LA EVOLUCIÓN!

Hay pruebas de avances de parte de los líderes democráticos reformistas en toda América Latina en varios ámbitos, de la manera más destacada en la alta calidad de la gestión de política macroeconómica en prácticamente todos los países de la región. La crisis de deuda de principios de la década de 1980 fue provocada por el fracaso de los líderes políticos para frenar el gasto tras las sacudidas petroleras de los setenta. Los bancos centrales cubrieron los déficit fiscales, acarreando con ello un círculo inflacionario, crisis monetarias, fuga de capitales y contracción económica. Hoy, los países del hemisferio que carecen de recursos energéticos encaran de nuevo cuentas más altas sobre las importaciones. Pero, pese al discurso opuesto al Consenso de Washington, la mayoría de los países ha mantenido su búsqueda de políticas económicas relativamente ortodoxas y ha sido recompensada con crecimiento con baja inflación. Muchos países que exportan materias primas (con la excepción de Venezuela) han creado fondos de estabilización para poner a buen resguardo las ganancias para cuando haga falta: lo opuesto a su comportamiento en décadas anteriores.

El fortalecimiento de las instituciones, señala Reid, se extiende mucho más allá de sólo la política macroeconómica. América Latina regresó a la democracia formal en la década de 1980, y desde entonces la calidad de la democracia ha estado firmemente en ascenso. Hoy, el derecho al voto es universal en toda la región, y las tasas de votación crecen pronunciadamente. Esto es cierto incluso en el caso de las poblaciones indígenas por mucho tiempo excluidas en países como Bolivia y Perú, lo que ha ayudado a líderes de herencia indígena (Evo Morales y Alejandro Toledo) a triunfar en las elecciones. En gran medida, el fraude electoral es cosa del pasado; un logro particularmente notable es el de México, donde la reforma del Instituto Federal Electoral ha limpiado el proceso de elecciones presidenciales del país, que era ampliamente conocido por su corrupción (a pesar de las acusaciones irresponsables que en sentido contrario hizo el candidato perdedor del año pasado, Andrés Manuel López Obrador). También ha habido descentralización en Colombia, Brasil y otros países, lo que ha acercado más la democracia a la gente. Una serie de alcaldes reformistas electos en Bogotá, por ejemplo, ha implementado programas innovadores para hacer frente a las drogas y las pandillas, y así reducir pronunciadamente la tasa de homicidios de la ciudad y mejorar los servicios públicos. En Brasil, por largo tiempo dominado por una política clientelista tradicional, "los votantes han adquirido un hábito de valerse de las urnas para castigar a los alcaldes o gobernadores que destinaron una desproporcionada porción de sus ingresos al empleo público más que a los servicios o la inversión". Buena parte de esta profundización de la democracia fue posible por el hecho de que, desde el final de la Guerra Fría, Estados Unidos ya no ha evitado que dirigentes izquierdistas lleguen al poder.

Los acontecimientos más interesantes se han dado en el sector social. América Latina nació con un defecto congénito: una distribución inicial sumamente desigual de los recursos que se remonta a la era colonial. En algunos países la desigualdad estaba enraizada en la esclavitud; en otros se superpone con estratificaciones fundadas en la pertenencia étnica y la raza. La desigualdad se ha perpetuado por generaciones de una forma notablemente duradera. Es por ello que el desempeño económico de la región nunca se ha emparejado con el de Estados Unidos, o con los países de rápido desarrollo de Asia Oriental, en el largo plazo. Las sociedades oligárquicas pueden ser capaces de lograr altas tasas de crecimiento por cierto tiempo, pero la persistencia de las desigualdades en la distribución conduce a la inestabilidad política y al populismo, cosa que socava el crecimiento. Así están pasando las cosas hoy en países andinos como Bolivia, Ecuador y Venezuela.

Pero hay mucho de cambio social que rezuma bajo la superficie. Reid señala que en todo el continente ha habido una considerable movilidad social de facto conforme se urbanizan y se vuelven más educadas las sociedades. En 15 años, el porcentaje de hogares latinoamericanos con electricidad se han elevado de 83% a 90%; las tasas de asistencia a la escuela primaria han tenido incrementos similares. La globalización y la emigración han expuesto a la gente a nuevos lugares e ideas, y las remesas de los emigrantes superan por mucho a la inversión extranjera como fuente de intercambios.

Las innovaciones más interesantes en la región están en programas sociales específicos que enfrentan directamente el problema de la pobreza. Éstos empezaron durante la década de 1990 con el plan Progresa de México, un programa de transferencia condicional de dinero (TCD) que otorga pequeñas sumas directamente a personas pobres con la condición de que los padres envíen a sus hijos a la escuela. Con el nombre de Oportunidades, el programa fue notablemente ampliado durante el gobierno del presidente Vicente Fox después de 2000 para abarcar a todo México. Este enfoque fue copiado por Brasil en su programa Bolsa Família, que ahora llega a una de cada cuatro familias brasileñas. Entre 1996 y 2005, la pobreza en México se redujo a la mitad, y entre 1995 y 2004, el notablemente alto coeficiente Gini (una medida de desigualdad económica, en la cual cero representa la igualdad absoluta y uno la desigualdad absoluta) de Brasil cayó de 0.599 a 0.571. Estos resultados en parte se debieron a un prolongado periodo de crecimiento económico permitido por sensatas políticas macroeconómicas y en parte también a programas sociales que enfrentaron directamente el problema de la desigualdad. Los programas de TCD son mucho más sostenibles, señala Reid, que los programas asistencialistas de Chávez, financiados con petróleo, que siguen un patrón paternalista.

Es interesante destacar que las políticas sociales innovadoras han provenido de América Latina, no de Washington. El Consenso de Washington sólo se quedó en palabras ante la necesidad de una red de seguridad social, pero la política social nunca fue una prioridad en los intereses de los formuladores de políticas públicas estadounidenses. De hecho, muchos economistas sostendrían que el mejor programa contra la pobreza es un rápido crecimiento económico. Tienden a considerar con recelo los nuevos programas sociales, ya que fueron las antiguas concesiones del Estado benefactor en América Latina las que provocaron el excesivo gasto público, las enormes burocracias y la crisis de la deuda de principios de la década de 1980.

El grado hasta el cual los países deberían favorecer programas específicos de combate a la pobreza por encima de una política de crecimiento a ultranza, es un debate de políticas públicas que requiere ser más público que lo que lo ha sido hasta la fecha. Es cierto que un rápido crecimiento económico reduce la pobreza: algunos de los mayores avances en el abatimiento de la pobreza han surgido en años recientes en China e India, donde las políticas se han centrado en reducir los enormes sectores estatales. Sin embargo, en América Latina sólo Chile ha podido sostener una tasa de crecimiento de largo plazo que ha permitido avanzar en la lucha contra la pobreza, pese a seguir siendo una sociedad sumamente desigual en comparación con los estándares internacionales. Muchos defensores del crecimiento olvidan cuán importantes fueron las políticas sociales -- en la forma de reformas agrarias y fuertes inversiones en la educación básica -- en el éxito de Asia Oriental. No es realista pensar que los políticos democráticos de América Latina puedan ganar las contiendas electorales si no tienen programas que atiendan específicamente a los pobres y los excluidos, que quizá sea la causa de por qué muchos programas de TCD fueron iniciados por gobernantes centristas o de centro derecha, como Ernesto Zedillo y Fox en México y Fernando Henrique Cardoso en Brasil.

LA NEGACIÓN DEL PROGRESO

Forgotten Continent es dos libros en uno, dirigido a dos públicos diferentes. El primero es un texto básico integral sobre la historia, la política y la cultura del hemisferio para quienes no están familiarizados con la región. El segundo es un interesante argumento sobre el estado de la política latinoamericana contemporánea para quienes están al tanto de ella. Los de la segunda categoría pueden brincarse fácilmente buena parte de los primeros ocho capítulos del libro. Incluso en las secciones que tratan sobre temas contemporáneos, el autor se siente obligado a presentar antecedentes de todo, desde la guerra contra el narcotráfico hasta el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, pasando por las maquiladoras en Ciudad Juárez, México; incluso probablemente el autodidacta mejor intencionado no quiera saber tanto sobre tantos temas. De cualquier manera, es bueno recordar algo de historia. Después de todo, el cambio de régimen con resultados desastrosos fue inventado por las fuerzas armadas estadounidenses no en Medio Oriente en 2003, sino en la cuenca del Caribe el siglo pasado.

El hecho de que se estén logrando avances en ciertas áreas no debe ocultar los inmensos desafíos que encara América Latina. Por fortuna Forgotten Continent no pasa por alto esos retos. De todas las áreas de la reforma estatal, mejorar el estado de derecho es quizá la más importante, y es un área en la que se han visto pocos avances. Los sistemas judiciales siguen estando politizados y siendo corruptos y a menudo se ven superados por los narcotraficantes, las pandillas transnacionales fundadas en ciudades estadounidenses y un gran crecimiento de la población juvenil que han elevado abruptamente las tasas delictivas en todo el continente. Si bien las tasas de educación primaria y secundaria están en ascenso en muchos países, la calidad de la misma es pésima, cosa que es probablemente la fuente individual más importante del rezago en la competitividad económica de la región. En Argentina y México, los sistemas educativos excesivamente centralizados son presa de los sindicatos de maestros, a los que les preocupa más la seguridad del empleo que el desempeño educativo. Y, como señala Reid, aunque el nivel general de gasto social en América Latina no es malo en comparación con otras partes del mundo, su composición es terrible, pues tiende a ir hacia las clases alta y media en vez de a los pobres. Brasil gasta un cuarto de su presupuesto para educación en universidades públicas gratuitas pero desatiende la educación primaria y secundaria universal. Por último, por todas partes los mercados laborales están sobrerregulados, como legado de los Estados benefactores de mediados del siglo XX. Ello reduce el crecimiento del empleo y crea un sector sindicalista privilegiado y a la vez conduce a la mayoría de los trabajadores a un sector informal no regulado.

Pero incluso esta lista de problemas permite tener razones para un optimismo cauteloso, ya que casi todos ellos pueden resolverse, al menos teóricamente, mediante políticas públicas. No están arraigados en la cultura o las antiguas tradiciones ibéricas, más de lo que lo fue la hiperinflación o la falta de disciplina fiscal. El verdadero desafío radica en la capacidad de los políticos democráticos para construir las coaliciones políticas necesarias para llevar a término estas reformas, cosa que puede hacerse, como lo han demostrado estadistas como Cardoso en Brasil y Zedillo en México. Pero arreglar un sistema de pensiones por aquí o una burocracia educativa por allá no es atractivo y nunca se menciona en ninguno de los medios estadounidenses o europeos (con la posible excepción de The Economist). En consecuencia, hay un sesgo pesimista que socava las expectativas mismas de la propia reforma democrática. Señala Reid: "Uno de los problemas que enfrentan las democracias de América Latina es la negación persistente del progreso por parte de muchos académicos, periodistas y políticos, tanto dentro de la región como entre los observadores de Estados Unidos y Europa".

Hoy, la tarea del reformismo democrático es especialmente difícil porque debe avanzar ante los nuevos desafíos populistas planteados por personajes como Chávez, Morales y Néstor Kirchner, de Argentina. Los públicos están sumamente movilizados y se muestran impacientes con los procesos políticos que a menudo tardan años en rendir frutos. Reid tiene toda la razón al afirmar que hoy se está entablando una batalla por el alma de América Latina. Puesto que esta batalla implica ideas e instituciones cercanas al corazón de los estadounidenses -- entre ellas la democracia, los derechos individuales y los mercados libres -- realmente es algo muy malo que tan pocos de ellos estén prestándole atención.

lunes, 14 de abril de 2008

Umberto Eco nos da claves para enfrentar el autoritarismo











El 'régimen' de Berlusconi

EL PERIODISTA Y SEMIÓLOGO UMBERTO ECO ANALIZA
LA MANERA DE HACER POLÍTICA DEL PRIMER MINISTRO ITALIANO

UMBERTO ECO

DOMINGO 16-11-2003 EL PAIS sección DOMINGO

Todos los días se escuchan enérgicas reacciones (y por suerte también por parte de la opinión pública de otros países europeos, tal vez más que en Italia) ante el golpe de Estado subrepticio que Berlusconi está tratando de llevar a cabo. Con todo, ha sido un error de planteamiento la discusión de si Berlusconi estaba instaurando o no un régimen, dado que la palabra 'régimen' evoca automáticamente en Italia el régimen fascista. En tal caso, es necesario admitir que Berlusconi no está confinando aún a los disidentes, no está imponiendo la camisa negra a los jóvenes, no reconstruye la Cámara de los Fasci y de las Corporaciones.

Si con la palabra 'régimen', en cambio, se entiende una forma de gobierno (al igual que hay regímenes democráticos, regímenes monárquicos, etcétera), es evidente que Berlusconi está instaurando, día tras día, una forma de gobierno autoritario, basado en la identificación del partido, del país y del Estado con una serie de intereses empresariales. No lo hace mediante operaciones de policía, arresto de diputados o abolición violenta de la libertad de prensa, sino poniendo en marcha una ocupación gradual de los medios de comunicación más importantes, y creando con los mecanismos adecuados formas de consenso fundadas sobre llamamientos populistas.

Frente a esta operación se ha afirmado, por orden, que: i) Berlusconi se metió en la política con la única finalidad de bloquear o desviar los procesos judiciales que podían llevarle a la cárcel; ii) como ha dicho un periodista francés, Berlusconi está instaurando un pedegisme (de pdg, que en Francia es el 'président directeur général', el boss, el manager, el jefe absoluto de una empresa); iii) Berlusconi realiza su proyecto avalado por un éxito electoral indiscutible, y sustrayendo, por tanto, a la oposición el arma del tiranicidio, en cuanto deben oponerse respetando la voluntad de la mayoría, y lo único que le cabe hacer es convencer a parte de esa mayoría para que reconozca y acepte las consideraciones que junto a la presente forman esta lista; iv) Berlusconi, basándose en este éxito electoral, se dedica a hacer aprobar leyes concebidas para su personal interés y no para el del país (y en eso consiste el pedegisme); v) Berlusconi, por las razones hasta ahora expuestas, no actúa como un estadista ni tan siquiera como un político tradicional, sino siguiendo otras técnicas -y precisamente por ello es más peligroso que un caudillo de los de otros tiempos, porque esas técnicas se presentan como adecuadas aparentemente a los principios de un régimen democrático-; vi) Berlusconi ha superado la fase del conflicto de intereses para llevar a cabo, cada día más, la absoluta convergencia de intereses, es decir, haciendo aceptar al país la idea de que sus intereses personales coinciden con los de la comunidad nacional.


Un concepto de gobierno
Eso constituye sin duda un régimen, una forma y una concepción de gobierno, y se está llevando a cabo de una forma tan eficaz que las preocupaciones de la prensa europea no se deben a la piedad y el amor hacia Italia, sino simplemente al temor de que Italia, como en un reciente pasado infausto, sea el laboratorio de experimentos que podrían extenderse a Europa entera.
El problema es que la oposición a Berlusconi, incluso en el extranjero, actúa a la luz de una séptima convicción, que en mi opinión es errada. Se considera, en efecto, que, al no ser un estadista, sino un dirigente empresarial dedicado solamente a mantener los equilibrios precarios de su propia formación política, Berlusconi no es consciente de que el lunes dice una cosa y el martes lo contrario, que no teniendo experiencia política ni diplomática tiende al patinazo, habla cuando no debe hablar, deja que se le escapen afirmaciones que se ve obligado a tragarse al día siguiente, confunde hasta tal extremo su propio provecho particular con el público que se permite ante ministros extranjeros ocurrencias de pésimo gusto sobre su propia consorte, etcétera. En tal sentido, la figura de Berlusconi se presta a la sátira, sus adversarios se consuelan en ocasiones pensando que ha perdido el sentido de la medida, y confiando, por tanto, en que corra sin darse cuenta hacia su propia ruina.

Creo, en cambio, que es necesario partir del principio de que, en cuanto político de novísima naturaleza, digamos, si se quiere, posmoderno, Berlusconi está poniendo en acto, precisamente con sus gestos más incomprensibles, una estrategia compleja, avisada y sutil, que es testimonio del plano control de sus nervios y de su alta inteligencia operativa (y si no de su inteligencia teórica, de su prodigioso instinto de vendedor).

Sorprende en efecto en Berlusconi (y por desgracia, divierte) el exceso de técnicas de vendedor. Muchos recuerdan en Italia a un tal Mendella que aparecía en la televisión, en un canal especializado, para convencer a jubilados y familias de renta media y baja a fin de que le confiaran sus capitales, asegurándoles ganancias del cien por cien. El que, tras haber arruinado a algunos miles de personas, Mendella fuera arrestado mientras huía con la caja, es otra historia: había exagerado y se había precipitado. Pero lo típico de Mendella era presentarse a las diez de la noche diciendo que él no tenía interés personal en aquella recogida de ahorros ajenos, porque no era más que el portavoz de una empresa mucho más grande y sólida; sin embargo, a las once afirmaba enérgicamente que en aquellas operaciones, de las que se presentaba como el único garante, había invertido todo su capital, y por tanto sus intereses coincidían con los de sus clientes. Quien le envió su dinero no advertía esas contradicciones, porque escogió centrarse en el elemento que le infundía mayor confianza. La fuerza de Mendella no estribaba en los argumentos que empleaba, sino en ametrallar a los espectadores con muchos.

Técnicas de venta
Las técnicas de venta de Berlusconi son evidentemente de esa clase (os aumento las pensiones y rebajo los impuestos), pero infinitamente más complejas. Debe vender consenso, pero no habla de tú a tú con los clientes, como Mendella. Tiene que echar cuentas con la oposición, con la opinión pública, incluida la extranjera, y con los medios de comunicación (que aún no son todos suyos) y ha descubierto la forma de volver a su favor las críticas de todos estos sujetos. Por tanto, debe hacer promesas, por buenas, malas o neutras que parezcan a sus propios partidarios, que se presenten ante los ojos de sus detractores como una provocación. Y debe producir una provocación al día, mucho mejor si inconcebible o inaceptable. Ello le consiente ocupar las primeras planas y las noticias de apertura de los medios de comunicación y de situarse siempre en el centro de atención. En segundo lugar, la provocación debe ser de tal calibre que sus opositores no puedan darse por no enterados, y se vean obligados a reaccionar con energía. Ser capaz de arrancar todos los días una reacción indignada de sus opositores (y hasta de medios que no pertenecen a la oposición, pero que no pueden dejar pasar en silencio propuestas que conllevan alteraciones constitucionales) permite a Berlusconi presentarse ante su electorado como víctima de una persecución ('ya lo veis, diga lo que diga, me atacan').

El victimismo, que parece contrastar con el triunfalismo que caracteriza las promesas berlusconianas, es una técnica fundamental y es típica de todo populismo. Mussolini provocó con su ataque a Etiopía sanciones de otros países y jugó después como propaganda con el complot internacional contra Italia. Defendía la superioridad de la raza italiana y procuraba suscitar un nuevo orgullo nacional, pero lo hacía lamentando que el resto de los países despreciaran al nuestro. Hitler partió para la conquista de Europa sosteniendo que eran los demás quienes sustraían el espacio vital al pueblo alemán. Que en el fondo es la estrategia del lobo frente al cordero. Toda prevaricación debe ser justificada mediante la denuncia de una injusticia contra ti. En definitiva, el victimismo es una de las muchas formas con las que un régimen sostiene la cohesión de su propio frente interior mediante el chovinismo: para exaltarnos es necesario demostrar que hay otros que nos odian y quieren cortarnos las alas. Toda exaltación nacionalista y populista presupone el cultivo de un estado de continua frustración.
Y no sólo eso, porque el poder lamentarse cada día del complot ajeno permite aparecer en los medios de comunicación cada día denunciando al adversario. Esa es también una técnica antiquísima, que conocen bien los niños: tú le das un empujón a tu compañero de pupitre, éste te tira una bolita de papel y tú te quejas al maestro.
Otro elemento de esta estrategia es que, para crear provocaciones en cadena, no debes hablar tú solo, sino dejar mano libre a los más insensatos de tus colaboradores, y cuanto más insensatas sean las provocaciones, mejor.
No importa si la provocación va más allá de lo creíble. Al contrario, cuanto más inaceptable parezca, más obligado se verá el adversario a reaccionar, pues en caso contrario perdería hasta su propia identidad y su propia función de opositor como garante. La técnica consiste en lanzar la provocación, desmentirla al día siguiente ('he sido malinterpretado') y lanzar inmediatamente una nueva, de manera que sobre ésta se concentre la subsiguiente reacción de la oposición y el renovado interés de la opinión pública, y todos olviden que la provocación precedente había sido sencillamente flatus vocis.
Provocación
La inaceptabilidad de la provocación consiente además alcanzar otros dos objetivos esenciales. El primero es que, a fin de cuentas, por extrema que haya sido la provocación, no deja de constituir un ballon d'essai. Si la opinión pública no reacciona con la suficiente energía, eso significa que hasta la más ultrajante de las sendas podría llegar a ser, con la debida calma, practicable. Ese es el motivo por el que la oposición se ve obligada a reaccionar, aunque sepa que se trata de pura y simple provocación, porque si callara abriría el camino a otras tentativas. La oposición hace, por tanto, lo que no puede dejar de hacer para oponerse al golpe de Estado subrepticio, pero, al actuar así, lo corrobora porque sigue su lógica.
El segundo objetivo que se lleva a cabo es lo que podría definirse como el efecto bomba. Siempre he sostenido que si yo fuera un hombre con poder enredado en muchos y oscuros asuntos, y si llegara a saber que en un par de días estallará en la prensa una revelación que podría sacar a la luz mis fechorías, me quedaría una única solución: pondría u ordenaría que se pusiera una bomba en una estación, en un banco o en una plaza a la salida de misa. Con ello estaría seguro de que al menos durante quince días las primeras páginas de los periódicos y las noticias de apertura de los telediarios estarían ocupadas por el atentado, y la noticia que me preocupa, aunque apareciera, quedaría confinada en las páginas interiores y pasaría inobservada (o, en todo caso, afectaría de refilón a una opinión pública mucho más preocupada por otras cuestiones).
Un caso típico de efecto bomba fue la salida de Berlusconi en el Parlamento europeo calificando de kapo a un diputado alemán que le criticaba, seguida por las declaraciones de refuerzo del político de la Liga Stefani contra los turistas alemanes, tachados de borrachines y alborotadores. ¿Metedura de pata incomprensible, dado que suscitaba un incidente internacional y justo al principio del semestre italiano? En absoluto. En esos mismos días se debatía en el Parlamento italiano la ley Gasparri, con la cual Mediaset, la compañía televisiva privada propiedad de Berlusconi, hundía a la RAI y multiplicaba sus dividendos. Pero yo (y quién sabe cuánta gente como yo) no me hubiera dado cuenta de no haber sido porque, conduciendo por la autopista, escuché la Radio del Partido Radical en directo desde el Parlamento. Los periódicos dedicaban páginas y páginas al patinazo de nuestro primer ministro; al hecho de que los turistas alemanes, en cualquier caso, no dejarían de veranear en Italia; al problema lancinante de si Berlusconi se había excusado de verdad con Schröder o no. El efecto bomba funcionó a la perfección.
Podríamos volvernos a leer todas las portadas de los diarios de los últimos dos años para poder calcular cuántos efectos bomba han sido producidos. Frente a una afirmación como la de que los jueces deben ser sometidos a curas psiquiátricas, la pregunta que hemos de plantearnos es qué otra iniciativa hizo pasar esa bomba a un segundo plano.



Canallada

En este sentido, Berlusconi pedegista controla y dirige las reacciones de sus opositores, las confunde, puede usarlas para demostrar que esa gente pretende su ruina, que cualquier llamamiento a la opinión pública es una canallada ad hominem.
¿Cómo oponerse a tal estrategia? Hay una forma, pero se parece a la sugerencia de McLuhan, quien para bloquear al terrorismo (que vive del eco propagandístico de sus iniciativas y del malestar que difunden) proponía un apagón informativo. La consecuencia era que tal vez la prensa no se convirtiera ya en megáfono de los terroristas, pero se entraba en un régimen de censura, que era lo que los terroristas esperaban provocar.
Es fácil decirlo: concentra tus reacciones sólo en los casos verdaderamente importantes (ataques a la magistratura, leyes en beneficio de los intereses privados del jefe de Gobierno, etcétera), y si en cambio Berlusconi da a entender que quiere modificar la Constitución para convertirse en presidente de la República, coloca la noticia en un suelto de la sexta página, por estricto deber informativo, sin someterte a su juego. Pero ¿quién aceptaría un pacto así? La prensa específicamente de oposición, no, pues se vería inmediatamente a la derecha de la prensa independiente. La prensa independiente, no, por la sencilla razón de que ese pacto presupondría una alineación explícita. Además, una decisión semejante resultaría inaceptable para cualquier tipo de medio de comunicación, pues iría en contra de su propio deber/interés, el de aprovechar el mínimo incidente para producir y vender noticias, y noticias picantes y apetecibles. Si Berlusconi insulta a un parlamentario europeo, no puedes relegar la noticia en la sección de crónica o los recuadros de sociedad, porque perderías los miles de ejemplares que te hace ganar el battage sobre el sabroso acontecimiento.
Por tanto, sólo queda una decisión que tomar, aunque no sea más que sobre la base de la simple hipótesis de que resulte buena y realizable: visto que, mientras que el juego no deje de estar en manos de Berlusconi, la oposición debe seguir sus reglas, la oposición debe tomar la iniciativa adoptando, aunque en positivo, las mismas reglas berlusconianas.
Esto no conlleva que la oposición deba dejar de demonizar a Berlusconi. Ya se ha visto que si no reacciona ante sus provocaciones, en cierto sentido las avala, y en todo caso no cumple con su propio deber institucional. Pero esta función de reacción crítica ante las provocaciones debería ser asignada a un ala de la formación política, comprometida a tiempo completo. Y debería manifestarse por canales alternativos. Si es cierto, como lo es, que los medios de comunicación todavía libres del control de Berlusconi llegan sólo hasta los ya convencidos y que la mayor parte de la opinión pública está sometida a medios bajo control, no queda más remedio que saltarse los medios de comunicación. A su manera, los girotondi o cortejos espontáneos de ciudadanos han sido un elemento de esta nueva estrategia, pero si uno o dos de ellos hacen ruido, miles provocarían una costumbre. Si tengo que decir que el telediario ha ocultado una noticia no puedo decirlo a través del telediario. Debo volver a tácticas de reparto de octavillas, distribución de vídeos, teatro callejero, tamtan en Internet, comunicaciones en pantallas móviles colocadas en distintos lugares de la ciudad, y a cuantas otras invenciones pueda sugerir la nueva fantasía virtual. Visto que no puede hablarse al electorado desinformado a través de los medios de comunicación tradicionales, habrá que inventar otros nuevos.
Al mismo tiempo, y en un nivel de acción más tradicional, el de los partidos, las entrevistas y la participación en programas televisivos (pero sorprendiendo al adversario con manifestaciones inesperadas), la oposición debe hacer arrancar sus propias provocaciones.
¿Qué entiendo por provocación de la oposición? La capacidad de concebir planes de gobierno acerca de problemas hacia los que la opinión pública se muestre sensible y de lanzar ideas sobre una futura ordenación del país, de tal calibre que obliguen a los medios de comunicación a ocuparse de ello al menos con el mismo relieve que se concede a las provocaciones de Berlusconi.
Ejemplo de laboratorio
Por poner un ejemplo de laboratorio, la difusión de un plan que prevea, digamos, una ley que la izquierda en el Gobierno haría aprobar de inmediato y que prohibiera a un solo sujeto poseer más de una emisora de televisión (o un periódico o una estación de radio) estallaría como una bomba. Berlusconi se vería obligado a reaccionar, esta vez a la defensiva y no al ataque, y al hacerlo daría voz a sus adversarios. Sería él quien declarara la existencia de un conflicto (o de una convergencia) de intereses, y no podría atribuir el mito a la voluntad perversa de sus adversarios. Y tampoco podría acusar de comunismo a una ley antimonopolio que tiende a ensanchar el acceso a la propiedad privada de los medios de comunicación.
En resumidas cuentas, se trataría de lanzar, de forma continuada y en positivo, propuestas que permitan entrever a la opinión pública otra manera de gobernar y que pongan a la actual mayoría política contra las cuerdas, en el sentido de que se viera forzada a decir si está de acuerdo o no -y en tal caso estaría obligada a discutir y a defender sus propios proyectos y a justificar sus propios incumplimientos- sin poder enrocarse en la acusación genérica a una oposición pendenciera. Sólo que, para elaborar estrategias de esa clase, la oposición debería estar unida, porque no se elaboran proyectos aceptables y dotados de capacidad de fascinación si se emplean doce horas al día en luchas intestinas. Y aquí entramos en otro universo, donde el obstáculo infranqueable parece ser esa tradición ya más que secular por la que las izquierdas de todo el mundo se han ejercitado siempre en la destrucción de sus propias herejías internas, anteponiendo las exigencias de esta lucha entre hermanos a la batalla frontal contra el adversario.
Y, sin embargo, sólo superando este escollo puede pensarse en un sujeto político capaz de atraer la atención de los medios de comunicación con proyectos con capacidad de provocación, y de derrotar a Berlusconi utilizando, por lo menos en parte, sus mismas armas.

Umberto Eco es escritor y semiólogo italiano.
Traducción de Carlos Gumpert.

jueves, 13 de marzo de 2008

¿Qué es la globalización?

Por: Nicolás Toledo Alemán



La D.E.A. de Estados Unidos infiltra una empresa en Miami con ramificaciones en Panamá que le vende teléfonos satelitales (no sabemos si de la marca Motorola de Chicago o Nokia de Finlandia) a la guerrilla colombiana. Gracias al Presidente venezolano que llamó al jefe guerrillero para cualquier vaina, se conoce la ubicación exacta del jefe terrorista. El ejército colombiano, mata a los terroristas en Ecuador (entre los que había unos mexicanos), le consiguen tres laptops japonesas y un reloj suizo, y con la información incautada, los norteamericanos y la Interpol atrapan a un ruso vendedor de armas provenientes del Oriente Medio en Bangkok (Tailandia). Por esta incursión, Venezuela y Nicaragua se arrecharon y junto a Ecuador llevaron el caso a la OEA y como allí el Secretario General que es chileno no hizo nada, se fueron a Santo Domingo donde se reunía el Grupo de Río para darle la bienvenida a Haití quien se incorporaba a ese grupo y como ellos lo que hablan es francés, no entendían nada. Por eso es que sólo decían: Oh la la, qu’est que çe cette merde? Al final de esa reunión y aparentemente por consejo de Fidel Castro desde Cuba, los tres del Alba bajaron la guardia y se abrazaron con el colombiano. A todas estas el Presidente francés, recién empatado con una italiana y después de su viaje por Egipto recula y, de apoyar la intermediación de Chávez en la liberación de los rehenes, pasa a apoyar una comisión liderada por la Cruz Roja Internacional.

viernes, 8 de febrero de 2008

Artículo de Teodoro Petkoff


La Venezuela de Chávez vista por Jack Lang





El ex ministro de Cultura de Francois Mitterrand visitó el país la semana pasada y ahora le explica a los franceses la "democracia particular" bolivariana .
Por Teodoro Petkoff



N o conozco personalmente a Jack Lang. Se quien es, desde luego. Ministro de Cultura de uno de los gobiernos de Mitterrand, hace varios años me escribió una amable esquela expresándose en términos elogiosos de alguno de los pequeños libros que he escrito. Hacia él, pues, no puedo sino tener buena voluntad, porque, además, ambos pertenecemos al mundo de la izquierda.

Monsieur Lang estuvo hace poco en Venezuela, invitado por el gobierno como observador en la reunión del grupo que Chávez capitanea, denominado ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Supimos de su presencia aquí a través de la prensa francesa, porque monsieur Lang entre nosotros no sólo tuvo perfil muy bajo sino que ni siquiera tuvo la curiosidad de hacer contacto con gente distinta a la del oficialismo, aunque no fuera sino para averiguar la llamativa razón por la cual casi todos los partidos de la izquierda venezolana adversan al gobierno (incluyendo dos que lo respaldaron, MAS y Podemos) y por qué la abrumadora mayoría de los intelectuales venezolanos –que en buena parte se mueven también en el ámbito de la izquierda– tampoco ven con buenos ojos al régimen del comandante Chávez.


SILENCIO ANTE LAS FARC
Pero, en fin, monsieur Lang habrá tenido sus razones, perfectamente respetables. Más discutibles son las que tuvo para declarar, ya de nuevo en su país, sobre la situación venezolana y sobre el tema de Colombia-Chávez en los términos en que lo hizo. En dos palabras, monsieur Lang, consideró "agresiva" la posición de Uribe frente a las FARC, argumentando que ponía en peligro la vida de los rehenes y, además, pidió que no se "demonizara" a Chávez, y certificó que el suyo es un gobierno democrático sólo que de una "democracia particular".

Monsieur Lang no se sintió obligado a darnos su opinión sobre las FARC, sobre su participación nada opaca en el negocio del narcotráfico y tampoco creyó apropiado emitir criterio en torno a una política que utiliza el secuestro de personas ajenas a la lucha armada para financiar esta.

No es una omisión desdeñable.

¿Cómo se puede hablar del tema de la violencia en Colombia silenciando la monstruosidad que significa el secuestro? ¿Por qué Lang pasa sobre este asunto como si fuera irrelevante? ¿Cómo se puede ser crítico con el gobierno colombiano y no tocar ni con el pétalo de una flor a los secuestradores? ¿Habrá que recordarle a Lang que quien tiene secuestrada a Ingrid Betancourt es la FARC y no el gobierno colombiano?

¿SEGURO DE VIDA ? Dice Lang que la acción armada del gobierno de Uribe pone en peligro la vida de los rehenes. ¿Se puede ser tan estúpido como para no percibir que si alguien pone en peligro la vida de los rehenes es precisamente quien los secuestró? ¿Cuál es la razón moral, la razón ética y la razón política que pudiera justificar la utilización de rehenes como escudo humano? Porque si hemos de dar por bueno el argumento de Lang, no atacar a la guerrilla protegería a los secuestrados, ergo, estos constituyen una suerte de "seguro de vida" de aquella. ¿No percibe Lang la absoluta inmoralidad de su postura y todo lo que la hace políticamente equivocada e inaceptable? Las acciones armadas del ejército colombiano no comenzaron con Uribe. La guerra dura ya más de medio siglo y la mayoría de los secuestrados lo están desde hace siete, ocho, nueve y diez años. Durante todo ese período han estado en peligro y no debido a las operaciones militares sino gracias, precisamente, a que están secuestrados. ¿Es tan difícil de entender esta tautología? Pero para entender mejor la posición de monsieur Lang hay que referirse a lo que dijo de Chávez y su gobierno. Ciertamente, comparto con él que no hay que "demonizarlo".

Pero tampoco, dicho sea en passant, habría que demonizar a Uribe.


EL VERDADERO ROSTRO

No soy "uribista" y si fuera colombiano no es propiamente por Uribe por quien habría votado. Pero como venezolano e izquierdista, que vive el conflicto colombiano como si fuera nuestro, trato de entender la complejidad de aquel y la enorme dimensión de la tarea que se plantea el presidente de Colombia para poner fin a una guerra que desangra al país desde hace medio siglo.

Bien sé que en ese país la solución posible no es sólo militar pero tampoco es exclusivamente política.

Allá, guerra y negociación son dos patas de una misma política. Pero, estoy demasiado cerca de Colombia como para no saber que las FARC hace rato que dejaron de ser el movimiento político que una vez fueron.

Comenzaron cobrando impuestos a los narcotraficantes y después descubrieron que más rentable es el negocio mismo que el cobro de los tributos. La práctica del secuestro envileció a las FARC y los actos terroristas (asesinato de alcaldes o concejales desafectos, bombas en edificios públicos, masacres de campesinos) las han descalificado completamente en el terreno político.

Sobre este punto, monsieur Lang, revise sus textos de Lenin.

Pero muchos intelectuales europeos, sobre todo en Francia, parecen creer que se trata todavía de la "autodefensa campesina"
vista por Jack Lang

que el joven Pedro Antonio Marín, alias "Manuel Marulanda", alias "Tirofijo", construyó en la década de los cincuenta, huyendo de los asesinos conservadores, o del mismo movimiento que una vez creó la "Unión Patriótica", en una tentativa de avanzar en el terreno de la negociación política que inició con Belisario Betancur, fracasada por la estolidez y la crueldad de sectores de la ultra derecha armada, que diezmaron a plomo a la organización legal, incluyendo entre los asesinados a su candidato presidencial.

Pero, su posterior evolución (que ya en el Caguán mostró su verdadero rostro, al transformar en irrisión el esfuerzo negociador que trató de adelantar Andrés Pastrana), ha desnaturalizado completamente la condición política de la organización armada. Y para nosotros, la gente de izquierda, este asunto es capital porque es en nombre de ideas e ideales que nos son muy caros que las FARC cometen las fechorías que les han dado tan triste y lamentable fama.


FASCINACIÓN TOTALITARIA

Pero no es pura ceguera o desinformación lo que explica la posición de Lang. Es la vieja fascinación de los intelectuales, sobre todo europeos (de izquierda o derecha, da lo mismo) por los hombres de acción, que derivó en el siglo XX hacia el respaldo a los totalitarismos que sembraron de muerte y horror a la culta Europa.

Es Sartre negando los campos de concentración soviéticos y terminando su vida asumiendo un ridículo maoísmo senil. Es Heidegger sirviendo a Hitler. Para no hablar, por no nombrar la soga en la casa del ahorcado, de los intelectuales franceses que pasaron agachados durante la ocupación nazi. Dato que lleva siempre a inclinarse con respeto ante la memoria de Albert Camus. Pero, dejemos esto porque no es el tema.

La superficialidad irresponsable de monsieur Lang ante el gobierno de Hugo Chávez lo lleva a acuñar el concepto de "democracia particular".

¿Qué es lo que tiene de "particular"? ¿El lenguaje anti estadounidense? No son los franceses quienes nos van a dar lecciones a los latinoamericanos sobre la significación de Estados Unidos en nuestras vidas.

Quienes no han visto soldados norteamericanos en su suelo sino cuando lo pisaron para quitarles de encima a los nazis, no tienen nada que enseñarle a este respecto a quienes los hemos visto en Panamá, en Grenada, en Dominicana, en Haití, en Nicaragua, en Cuba. Quienes no han vivido las conspiraciones de la embajada y de la CIA tumbando gobiernos, no tienen nada que enseñarnos a los latinoamericanos, víctimas preferenciales de esa práctica.

Pero, monsieur Lang parece ser uno de esos intelectuales de izquierda a quienes se les hace la boca agua cuando oyen a un guerrillero o a un coronel –eso si, en el Tercer Mundo-, denunciando la política de Bush. Es su único parámetro. Basta con que un mandatario tercer mundista le hable duro a los gringos para que le sean excusadas todas sus tropelías.

Viven vicariamente, esos intelectuales, el coraje que no tienen para impulsar desde Europa y en Europa, respecto de sus propios gobiernos, una política realmente autónoma frente a los Estados Unidos. Peor aún, han participado de gobiernos de izquierda que jamás se atrevieron ni siquiera a seguir los pasos de De Gaulle frente a Estados Unidos.

Pero tienen un orgasmo cuando oyen a algún "buen salvaje tropical" tronando contra los gringos. Por eso, entre otras cosas, han sido tan indulgentes con Fidel. Ahora lo son con Chávez.


"UNA DEMOCRACIA PARTICULAR "

¿Qué otra cosa tiene de particular la democracia de Chávez? Varios aspectos que Lang, al igual que ese patético aprovechador de Ignacio Ramonet, no vacilarían en denunciar, con ese gusto tan propio por la exageración ("De Gaulle fascista", remember?), como dictatoriales, cuando no fascistas.

Hablaremos sólo de instituciones y de política, no de economía y sociedad, que dan mucha tela que cortar a la hora de examinar la "particularidad" del gobierno de Hugo Chávez.

Ciertamente que es muy "particular" una democracia donde el parlamento es una mera caja de resonancia del presidente y el Tribunal Supremo una parodia vergonzosa, extensión judicial de Miraflores, donde el gobierno jamás pierde un juicio; es muy "particular" una democracia donde el Fiscal General, durante siete años, fue una vez vicepresidente de Chávez, donde el Contralor se ha tornado invisible en un país famoso por sus niveles de corrupción, donde el ombudsman es hoy una ex diputada del oficialismo.

"Particular" es una democracia completamente carente, por tanto, de mecanismos de check and balances entre los poderes. Muy "particular" sin duda. Como "particular" es una democracia cuyos oficiales militares deben saludarse entre si con el ridículo latiguillo de "patria, socialismo o muerte" y donde se intenta construir, desde el poder, un partido único del socialismo, que, por supuesto, no será más que una añagaza burocrática modelo stalinista, encargada de regimentar, encuadrar y adocenar autoritariamente a los militantes.

Muy "particular" fue la tentativa de hacer pasar una reforma constitucional con claro sesgo totalitario, rechazada gracias a la contribución electoral, activa y pasiva, de los votantes que una vez confiaron en Hugo Chávez. ¿Tuvo monsieur Lang la curiosidad de preguntar cómo fue posible tal cosa, por qué el chavismo popular derrotó a Chávez? Tal vez no tuvo tiempo, ocupado como debió estar, oyendo el llamado a construir el "ejército latinoamericano del ALBA", último parto "estratégico" de nuestro comandante.


UNA DICTADURA
PARTICULAR
Este régimen no es copia del fidelista pero no puede ser definido como una democracia, por muy "particular" que se le quiera ver, pero, en cambio, si puede definírsele como una "dictadura muy particular".

Es algo más sofisticado y astuto, en cierta forma muy original respecto de los modelos dictatoriales convencionales. La "anatomía" del régimen conserva algunas (no todas) de las formalidades democráticas, pero su "fisiología", caracterizada por el personalismo, el autoritarismo, el autocratismo y el militarismo, se encarga de reducir tan significativamente su alcance que casi las anula.

La experiencia universal nos ha demostrado que cada vez que al sustantivo "democracia" se le acopla un adjetivo (participativa, protagónica, popular, verdadera), hay que dudar de que aquella tenga algo que ver con la noble definición lincolniana de gobierno de, por y para el pueblo. Monsieur Lang cree, sin embargo, que con el calificativo de "particular" ya absolvió al régimen chavista ante los ojos de la historia.

sábado, 12 de enero de 2008

La izquierda está enferma de derechismo

Bernard-Henri Levy asegura: La izquierda está enferma de derechismo



Publicado el 12.12.2007 08:36
Por Luisa Corradini (Periodista)


El rechazo a Estados Unidos, a la Unión Europea y al liberalismo

han enceguecido a una izquierda fascinada

por una nueva tentación totalitaria,

afirma el filósofo francés


PARIS.- ¿Por qué ser fiel a una izquierda que se derrumba? ¿Por qué negarse a cruzar la frontera ideológica y pasarse con bandera y banda al sarkozismo triunfal, como hicieron muchos de sus amigos? Esas preguntas sirven de hilo conductor al filósofo francés Bernard-Henri Lévy para hacer un balance sin concesiones del estado de la izquierda en Francia y tratar de identificar las razones de la derrota socialista en las elecciones presidenciales de abril y mayo pasados.


El más célebre, el más mediático de los llamados "nuevos filósofos", responde a esos interrogantes en su reciente libro Ce grand cadavre tombé à la renverse ("Ese gran cadáver caído de espaldas"), fórmula utilizada por Jean-Paul Sartre para calificar a la izquierda cuando escribió el prefacio del libro Aden Arabie, de Paul Nizan, en 1960.


Solicitado por Nicolas Sarkozy para que publicara un artículo de apoyo a su candidatura durante la reciente campaña electoral –como habían hecho André Glucksmann y Alain Finkielkraut–, Lévy confiesa haber explicado al entonces candidato presidencial que, "a pesar de la amistad que los une" desde 1983, le resultaba imposible apoyarlo. "Después de todo –argumentó–, la izquierda sigue siendo mi familia."


A partir de esa conversación, BHL –como se lo conoce en Francia– se lanza a un meticuloso análisis interior con el fin de descifrar sus razones más íntimas para ser de izquierda. Desfilan así imágenes, acontecimientos y reflejos que marcaron su vida, transformándose en elementos constitutivos de su personalidad: mayo de 1968, el escándalo Dreyfus, la guerra de España, el anticolonialismo, el antisemitismo –que no consigue separar del antirracismo– y la libertad, que no consigue separar de la igualdad.


Pero la parte más importante del libro quizás sea la última, donde hace un balance de "ese campo de ruinas" en que se ha transformado la izquierda actual.


Es verdad –afirma–, la izquierda rompió con la versión clásica de la tentación totalitaria, "el socialo-comunismo". Pero de esas ruinas apareció otra tentación totalitaria que ya no se inspira en la extrema izquierda, sino en la derecha, incluso en la extrema derecha. Para Bernard-Henri Lévy, la izquierda está enferma. Es víctima de su fascinación por la nación y la bandera, de su antieuropeísmo, de su antinorteamericanismo, de su antiliberalismo, de su antisemitismo, de su fasci-islamismo…


"La izquierda está enferma de derechismo, ésa es la verdad", resumió en una entrevista exclusiva en París.


–¿Usted no cree que pedirle a la izquierda que esté a favor del liberalismo y de Estados Unidos es como querer demostrar la cuadratura del círculo?


–De ninguna manera. En lo que atañe al liberalismo, debo recordarle que el liberalismo es patrimonio de la izquierda. El liberalismo es Jacobo Rousseau y su contrato social, Adam Smith o John Locke. Como diría Benedetto Croce, es necesario distinguir entre liberalismo y liberismo. El verdadero liberalismo nunca defendió la ley de la jungla o el mercado desregulado. Por el contrario, el liberalismo exige reglas, pactos, obligaciones que enmarcan la relación de las fuerzas económicas. El liberalismo no es el mercado, es el contrato.


–Cuando los altermundialistas y otros sectores de izquierda que usted denuncia con energía acusan al liberalismo de todos los males, quizás se refieren al ultraliberalismo.


–Pero entonces que lo digan. ¿Por qué no lo dicen? Que digan que están contra el ultraliberalismo y que quieren arrancarle el buen liberalismo a la derecha. Que quieren reivindicar su herencia. Que digan cómo harán para volver a ponerlo de pie. Mi maestro, Louis Althusser, decía que el gran genio de Marx fue tomar la dialéctica hegeliana, concepto reaccionario, y ponerlo nuevamente de pie. En Francia tenemos cantidad de cretinos que dicen que la nación, la seguridad, la bandera y Juana de Arco -conceptos reivindicados por la derecha- pertenecen también al patrimonio de la izquierda. Pero, entonces, ¿cómo es posible que, tratándose de algo tan importante como el liberalismo, no hagan el mismo trabajo? ¿Que no sean capaces de distinguir entre Silvio Berlusconi y las tres revoluciones fundadoras del modernismo [la inglesa, la norteamericana y la francesa]? Hacer ese trabajo es competencia de una izquierda crítica. Criticar quiere decir separar lo bueno de lo malo. Pero, la izquierda radical, los altermundialistas, todos aquellos que apoyan a Hugo Chávez y a Evo Morales, se declaran antiliberales, no antiultraliberales. Si les resulta difícil esa palabra, que encuentren otra. La verdad es que hay algo en la idea misma de libertad que les da miedo y que detestan. Ese miedo fue el que produjo a Castro ayer y a Chávez hoy.


-¿Usted no cree que Chávez sea de izquierda?


-Naturalmente que no. ¿Cómo puede ser de izquierda un hombre que ejerce un poder personal, que sueña con que ese poder sea vitalicio, que amordaza a los medios de comunicación de su país, que está sentado sobre una montaña de oro que su población no aprovecha y que es el aliado de Ahmadinejad en la guerra planetaria que libran los demócratas y los antidemócratas. Hay actualmente una izquierda que piensa que Chávez es de la familia, el niño turbulento de la familia. Yo no. Yo soy de izquierda y creo que Chávez es mi adversario.


-¿Y no se siente solo en ese planeta de la izquierda ideal? Porque una cosa es lo que uno quisiera y, otra, lo que es en realidad.


-No me importa. Me siento solo con Ingrid Betancourt, con Vaclav Havel, con Huber Matos, con Barak Obama, con una parte de la izquierda argentina que se reconocerá en lo que digo y que debe de estar negándose a verse embanderada junto a Chávez.


-En cuanto a la necesidad de una izquierda pro norteamericana Es posible que su análisis sea adecuado para Francia. Pero, ¿qué decir de América latina, donde Estados Unidos ha hecho y deshecho a su antojo en tantas ocasiones?


-El caso no es el mismo que en Francia, es verdad. Sin embargo, se puede decir cualquier cosa de Estados Unidos, y Dios sabe si yo he criticado algunas desviaciones de ese país que me erizan: Bush, el creacionismo, el conservadurismo duro Pero Estados Unidos también es un país donde las instituciones democráticas, la prensa, la opinión pública funcionan en forma ejemplar. Un presidente norteamericano jamás podría haber tratado de dar marcha atrás sobre el arrepentimiento de los crímenes históricos cometidos por Francia, como hizo Sarkozy con el colonialismo. La reacción ante Abu Ghraib fue inmediata. En tres días, toda la prensa norteamericana, incluido Fox News , hizo su mea culpa. Todos hablaron de la bancarrota del Estado durante el huracán de Nueva Orleáns. Pero nadie mencionó la solidaridad de la gente. No sólo de Hollywood, sino de los rednecks de Texas, que acogieron a los negros, víctimas de Katrina.


Eso es Estados Unidos. No se puede afirmar que es la casa del diablo. Es el país de una mala política, de una corriente conservadora que me provoca escalofríos en la espalda, pero es un país formidable, un país que tiene recursos institucionales y democráticos que merecen ser tomados como ejemplo, por lo menos en Francia.


-Volvamos al comienzo de su libro, donde cuenta la llamada telefónica que le hizo el candidato Sarkozy para que usted se sumara a las figuras de izquierda que lo apoyaban. ¿Cómo es posible que usted haga en esas páginas un retrato tan feroz del actual presidente y, sin embargo, siga afirmando que es su amigo?


-Porque la amistad es una cosa y la política es otra. La diferencia entre Sarkozy y yo es que yo sé reconocer la diferencia entre la proximidad amistosa y las distancias ideológicas, y él no. Sarkozy cree que es suficiente ser amigo para estar de acuerdo. Yo creo lo contrario.


-Pero, ¿es posible discutir con él?


-Ese día no pude, es verdad. Pero conozco a Sarkozy desde 1983. Lo conozco bien y hemos discutido con frecuencia. Ese día, se encontraba en la fase ascendente de su campaña, estaba acelerado y, en efecto, era incapaz de discutir. Pero, ¿usted cree que hago un retrato feroz?


-Sí. Cuando cuenta que Sarkozy le dice "y cuándo me vas a hacer tu papelito en la prensa como Glucksmann", lo hace de un modo tan despreciativo que el lector se pregunta cómo es posible que usted no reaccione.


-Yo reacciono: no voto por él.


-Usted no vota por él y además escribe el libro. Pero, no es sólo esa conversación sino que, a medida que avanza la escritura, lo demuele cada vez más.


-Porque a medida que avanza la campaña, Sarkozy me consterna cada vez más. Sarkozy hizo una campaña de extrema derecha: sobre la necesidad de que Francia deje de arrepentirse por los crímenes cometidos durante el régimen de Vichy y el colonialismo, sobre la herencia de Mayo 68. Como él los manejó, todos esos y otros muchos temas me resultaron insoportables.


-¿Cuáles son para usted las cualidades del presidente francés?


-La energía, la vitalidad, la voluntad de reformar a Francia: las 35 horas, los regímenes especiales y las universidades, todo eso va en la buena dirección. En política exterior también suele ir en el buen sentido. Pero no cuando recibe a Hugo Chávez y le hace el regalo de un reconocimiento de Estado absolutamente injustificado. No cuando vende centrales nucleares civiles a Muammar Khadafi. Pero hay otros aspectos en los que ya hizo un buen trabajo: en la reconciliación con Estados Unidos, en la amistad con Israel, en la ruptura con la política árabe de la cancillería francesa.


-¿Vio a Sarkozy después de la publicación del libro?


-Sí.


-¿El presidente le dijo algo?


-Nada. Pero sé que está furioso.


-Hablando de Glucksmann, usted califica su gesto de adhesión de "valiente". ¿Por qué? ¿Lo comprende?


-No, la verdad es que no lo comprendo muy bien. No comprendí que lo haya hecho en ese momento. El papel de un intelectual no es el de manifestarse tan rápido. El papel de un intelectual es el de pronunciarse, pero lo más tarde posible, después de haber obtenido lo máximo. Dándose tiempo, Glucksmann podría haber obtenido aún más sobre los temas que le interesan: la causa chechena, la amistad con Estados Unidos, etc. Por eso no comprendo. Lo llamé y se lo dije.


-¿Cree, en todo caso, que el papel de los intelectuales es el de estar "a favor" del rey o del poder?


-No. Ni creo ni comprendo. Yo jamás estuve con un gobierno. Fui amigo de François Mitterrand. El fue testigo de mi boda exactamente un año antes de ganar las elecciones de 1981. Lo primero que hice el día de su victoria fue entrar en oposición. Fui amigo de Sarkozy durante 24 años. Lo primero que hice cuando llegó al Elíseo fue pasar a la oposición. No entiendo por qué hay intelectuales que hacen lo contrario.


-¿Cómo interpreta el gesto de esos otros socialistas -y amigos suyos-, como el actual canciller Bernard Kouchner, que decidieron engrosar las filas sarkozistas?


-No lo sé. Hay numerosas interpretaciones posibles. Quizás crean que podrán influir en el curso de los acontecimientos.


-¿Sarkozy es alguien fácil de convencer?


-Por supuesto que no. Sinceramente, no estoy demasiado impresionado por las realizaciones de Kouchner en su ministerio. Creo que podría haber sido mucho más útil en la oposición que en el gobierno.


-Leí en una entrevista que le resultaba simpática la forma que tiene Sarkozy de hablar de amor


-Sí, me parece emocionante la forma que tenía de decir públicamente que amaba a su mujer.

-Es verdad. Un hombre que ejerce el poder parece humanizado por ese sentimiento.


-Quizás demasiado. Porque se pone en peligro físicamente. Sarkozy se expone demasiado. Hay una teoría, la "teoría de Kantorowicz", sobre los dos cuerpos del rey. Según esa teoría, un presidente tiene dos cuerpos, uno profano y uno sagrado. Así se gobierna: el cuerpo profano está muy cerca de la gente y el sagrado muy lejos. El poder se ejerce en el equilibrio entre ambos cuerpos. El problema de Sarkozy es que hay demasiado cuerpo profano y poco cuerpo sagrado. Esto tiene que ver con esa ambigüedad entre república y monarquía que es Francia, donde es necesario encontrar un equilibrio entre distancia y proximidad, entre la sacralidad del poder y su materialidad. Tuvimos presidentes que iban demasiado lejos en un sentido, como Mitterrand, y otros que van demasiado lejos en el sentido inverso, como Sarkozy.


-¿Usted se refiere a esa tendencia populista de Sarkozy que tantos le critican?


-Lo que más debería preocupar de Sarkozy, en realidad, es que se trata de un verdadero hombre de derecha. Cuando dice basta ya de arrepentirse públicamente por Vichy [la colaboración con la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial] o por la colonización, es auténticamente sincero. Y eso me hiela la sangre.


-Pero un 54 por ciento de los franceses lo votaron sobre esas bases. ¿No cree que Francia es muy en el fondo un país xenófobo, con frecuencia racista y, como decía Mitterrand, muy conservador?


-Sí. Pero había en este país un proceso de reflexión, sobre todo en cuanto a nuestro papel en el marco del colonialismo. Por el contrario, la campaña de Sarkozy, con su negativa a arrepentirse de las faltas cometidas, sirvió para paralizar ese proceso de toma de conciencia. Un país que no tiene vergüenza es un país perdido. Se puede perdonar, pero no olvidar. La vergüenza es un gran sentimiento humano. Yo reivindico dos grandes categorías políticas: la vergüenza y la melancolía.


-¿Melancolía de qué?


-De un cielo vacío. Porque ya no basta mirarlo para encontrar los planos de la Jerusalém celeste.

El perfil


Formación académica

Nacido en 1948 en la región francesa de Argelia, Bernard Henry-Levy se trasladó con su familia a Francia en 1954. Se formó en la prestigiosa Escuela Normal Superior de París y tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser.


Su último libro

Conocido como BHL, integra la generación de los llamados "nuevos filósofos" franceses que critican los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Su último libro se titula Ese gran cadáver caído de espaldas, frase utilizada por Sartre para calificar a la izquierda en 1960.


Entrevistadora: Luisa Corradini

Periodista


Nota: Hemos tomado del diario argentino La Nación, esta extraordinaria entrevista para compartirla con nuestros lectores