miércoles, 4 de junio de 2008

"La izquierda ha traicionado sus propios ideales"


ENTREVISTA: 75 años de la Feria del Libro de Madrid PASCAL BRUCKNER Filósofo y novelista

JOSÉ ANDRÉS ROJO - El País, Madrid - 04/06/2008


De lo que trata Pascal Bruckner en La tiranía de la penitencia. Ensayo sobre el masoquismo occidental (Ariel) es de la mala conciencia de Europa. Una mala conciencia, que procede de una historia tan larga y tan sangrienta, que la tiene atenazada. Europa no se pronuncia, no interviene, no actúa. Procura ser comprensiva, tolerante y no cuestionar ni preguntarse demasiado por cuanto ocurre en todos esos lugares (América, África, Asia) en los que hace sólo unos siglos (a veces, unas cuantas décadas) aún gobernaba, y que había conquistado previamente casi siempre con extrema crueldad. Bruckner es especialmente duro con la izquierda: "Al abrazar con tanto fervor el sentimiento de culpa, ha traicionado sus propios ideales", comenta el filósofo francés durante su breve estancia en Madrid.

¿Cómo surgió ese afán de arremeter contra la irrelevancia actual del viejo continente? "Del momento que estamos viviendo. De los atentados de Madrid y Londres. Del propio espíritu de los tiempos que ha llevado a Europa a no saber pronunciarse con voz propia ante la emergencia del fundamentalismo islámico", dice. Las casi 200 páginas de su libro tienen un afán revulsivo desde el principio. Habla de "autoacusación" y "fustigación pública", trata a los europeos de "funcionarios del pecado original", escribe con rotundidad: "Del mismo modo que hay predicadores del odio en el islamismo radical, también hay predicadores de la vergüenza en nuestras democracias, sobre todo entre las élites pensantes, y su proselitismo no es menor".

"Ya sabe lo que decía Sartre", comenta Pascal Bruckner, "que la vergüenza es un sentimiento revolucionario. Y ahí seguimos. Con la mala conciencia de que Europa haya engendrado verdaderos monstruos e incapaces de reconocer que también creamos los instrumentos para combatirlos, que los valores de igualdad, libertad y justicia social forman parte de nuestro vocabulario. Tanto afán en defender la diversidad cultural, que se ha renunciado a la dimensión universal de esos valores. Y de eso se trataba".

Bruckner considera que el terrorismo islámico se sostiene en la hostilidad de los fanáticos hacia una sociedad abierta como la occidental, y echa chispas cuando, escribe en su libro, "la ultraizquierda corteja con semejante constancia a esta teocracia totalitaria". Bruckner señala como un gesto particularmente relevante de esa mala conciencia de Occidente algunas de las reacciones a un atentado tan brutal como el de las Torres Gemelas. "La primera reacción es proclamarse culpable: algo tenemos que haber hecho. Luego ya vienen las explicaciones. Que si la miseria de aquellos países, que si los conflictos que se generaron allí, que si la humillación, que si el petróleo. ¿Y si la pelota estuviera en su lado y fueran ellos los que no soportan nuestro modo de vida?". Se trata, pues, de una cuestión de maneras de ver la vida. "El auténtico combate no es militar", subraya Bruckner, "es ideológico. No se trata de mandar soldados a morir, es una guerra de ideas".

"La extrema izquierda", explica después, con los ademanes distantes del filósofo que aplica el bisturí a una sociedad enferma, "se ha convertido en el superyo de la izquierda e impide que se modernice, que defina su mensaje a propósito de dos grandes cuestiones: la economía de mercado y la justicia social". Explica, en ese sentido, la emergencia de los populismos nacionalistas como un síntoma del debilitamiento del poder tradicional. "La masa ha perdido la confianza en los partidos y se vuelca con los líderes carismáticos".

Una de las cuestiones centrales que recorren su ensayo es el conflicto que se deriva de la avalancha de inmigrantes que llegan a Europa. Así que critica, en primer lugar, la cuestión colonial. "Francia ha pasado por alto muchos desmanes del FLN argelino con tal de no ser tachada de colonialista. Pero lo que está haciendo justamente es ejercer una suerte de segundo colonialismo, al seguir sin tratar de iguales a los países que estuvieron alguna vez bajo su dominio. No se puede mirar hacia otra parte, por esa vieja mala conciencia, cuando en muchos países africanos se cometen barbaridades".