lunes, 2 de febrero de 2009

Führer befiehl, wir folgen! Alle sagen Ja!


Lo ocurrido en la Sinagoga Tiferet Israel ubicada en la sede de la Asociación Israelita de Venezuela (AIV), en la Urbanización Maripérez de Caracas no es más que el natural corolario de un discurso racista, intolerante, agresivo, negador del otro, fascista y profundamente ignorante proveniente de la cúpula de este gobierno neototalitario que lidera Hugo Chávez. En Sabath, amparados por la oscuridad, con la cobardía del agavillado, entre 15 y 20 camisas pardas profanaron el templo, lo rayaron con pintas antisemitas de triste abolengo, lo orinaron, destruyeron sus objetos de culto y bajo la mayor impunidad desaparecieron como entraron, como ratas de albañal. En ese mismo sitio, justo una semana atrás (el 23 de enero), varios cientos de policías metropolitanos, armados hasta los dientes conformaron una barrera para contener a la juventud venezolana en su misión de alertar a los venezolanos de los peligros de la reelección indefinida. Esa noche de la agresión a la Sinagoga no se apareció ninguno de esos policías para defender a nuestros conciudadanos, a su templo, a su derecho a profesar su credo, a su derecho a la propiedad privada, a su dignidad. No apareció ninguno, o tal vez si. Estaban allí, con la contundencia de su presencia física garantizando la mayor impunidad, pues quienes profanaban lo hacían a sabiendas de su apoyo, allí o allende, en ese momento o más tarde, antes y mientras dure esta pesadilla. Como estaban allí las palabras de Chávez en Belem du Pará diciendo sentirse honrado y orgulloso de la medida de expulsión de nuestros representantes por parte de Israel, como medida diplomática proporcional a la expulsión del embajador israelí en Venezuela. Como estaba Nicolás Maduro, Tarek El Aissami, Jessie Chacón, la Asamblea Nacional, el Alto Mando Militar, el Psuv y como la historia recordará que estaban también allí todos los venezolanos que no digamos un NO, rotundo a este despeñadero moral o no levantemos nuestra voz defendiendo nuestra propia dignidad pisoteada cuando se pisó esa Sinagoga.

Como bien señalara Hanna Arendt: en un régimen totalitario no existen en absoluto ni la inocencia colectiva ni la culpabilidad colectiva; sólo tiene sentido hablar de culpabilidad o inocencia en relación con individuos. Quienes participamos de la vida pública en este país que cada día es más totalitario estamos obligados moralmente a ubicarnos en uno u otro bando; o estamos con las víctimas rechazando estos actos criminales o estamos con los perpetradores avalándolos. Aquí, en este dilema, no caben los ni-ni. El libre albedrío está allí, no se puede pretender vivir en paz consigo mismo y dejar pasar esto. Podemos evitar convivir con un asesino el resto de nuestras vidas. Basta con no convertirnos en uno al ser cómplices de lo que está pasando en Venezuela.

Führer befiehl, wir folgen! Alle sagen Ja! Eso gritaban los nacionalsocialistas alemanes cuando despojándose de su individualidad se mimetizaban con el pueblo y su líder para banalizar el mal que ellos infligían. El mal requiere que haya una deshumanización previa del otro que va a ser objeto de dicho mal y ese otro demonizado se escoge por diferente, por ajeno, por lejano, por peligroso, es decir, por miedo. De allí que la inculcación de un miedo, la identificación de un otro a quien temer es factor sine qua non para el advenimiento del mal, tanto en la historia, como en las almas y perdóneseme la separación de lo inseparable.

¡Ordene comandante, nosotros obedecemos. Diremos Si! Eso mismo lo hemos oído en los mitines, en las alocuciones presidenciales, en los cuarteles bolivarianos, lo hemos leído en pancartas y en remitidos públicos, en la calle tanto como en el Tribunal Supremo. Lo vimos allí, en la Sinagoga Tiferet Israel y allí donde están echando gas del bueno en este momento.

Allá los que digan “ordene Comandante” y obedezcan. Valga esto como parte de mi NO. De mi personal, íntimo, individual y responsable NO. En mi nombre, NO.

Nicolás Toledo Alemán.