jueves, 13 de julio de 2006

El suicidio de un muerto que merece más que nunca estar vivo



Por: Nicolás Toledo Alemán

Son ya muchas las personas que me han comentado lo que para ellos es el suicidio político que cometió Teodoro Petkoff al negarse a aceptar las primarias como forma de escogencia de la candidatura única de la oposición, tal y como las planificó (¿impuso?) Súmate. A todas ellas, más en broma y como forma de eludir una discusión que me causa hastío, que como reflexión sesuda les he contestado que se trataría del suicidio de un muerto, aludiendo a que, pese a estar ya en campaña electoral desde hace unos dos meses, sus cotas de popularidad no han trascendido los 4 puntos porcentuales.
Digo que es una broma o recurso escapista porque, en realidad, no creo en lo absoluto que se trate de un muerto, ni creo que en política se pueda hablar de muertos (Alejandro Toledo, pocos meses antes de generar la crisis que dio al traste con el apoyo militar que le daba sustento al presidente Fujimori, crisis que lo llevó a ganar las elecciones peruanas tenía, apenas, un 3% en las encuestas).
Aquellos que interpretan la acción de Teodoro como suicidio se basan en tres tipos de argumentos: 1.- Existe un sentimiento unitario y Teodoro estaría despreciándolo al ponerse en contra de las aspiraciones de su electorado natural. 2.- Las primarias son el mecanismo más democrático que existe para escoger el candidato único y, al oponerse, estaría privilegiando la componenda política por sobre la consulta al ciudadano, ciudadano al que se le presume participativo y protagónico y 3.- Estaría colaborando con el desprestigio de la oposición y, por ende, horadando las posibilidades electorales de esta.
Teodoro se puede haber equivocado, lo ha hecho ya en el pasado y tres de sus errores más relevantes tienen que ver con lo que vivimos hoy día como país: el primero, haber sido comunista, segundo, haber apoyado la insurrección armada en los años 60 y, tercero, haberle ofrecido la candidatura del MAS a José Vicente Rangel para las elecciones de 1973. No obstante, a pesar de que en estos tres errores Teodoro no sólo no estuvo solo, sino que arreó a muchos, no se le debe negar que fue el primero en darse cuenta de lo que estaba en juego y, por ende, el primero en hacer algo por enmendarlos: escribió “Checoslovaquia el socialismo como problema” para deslindarse del comunismo leninista estalinista soviético; llamó al repliegue de la guerrilla y dividió al partido comunista y, para enmendar el tercer error, se le opuso a JVR internamente en el MAS para la candidatura de 1978, cuando ya a tan temprana fecha, entendía quién era el tipo de persona que es el actual vicepresidente.
Para rectificar esos errores tuvo frente a sí más de una alternativa en cada caso: pudo haber caído en la orbita maoísta, pudo haber intentado otras formas de subversión contra los gobiernos de Caldera y Pérez (entre ellas intentar infiltrar las FFAA), o pudo haber puesto al MAS a apoyar a cualquiera otra candidatura de ocasión. Pero no, frente a estos tres errores políticos obró reconociendo antes que nadie la naturaleza de las cosas involucradas, interpretó adecuadamente los signos de los tiempos, asumió graves riesgos políticos y personales, visualizó claramente el camino alternativo y se batió por sus principios y lealtades. Muchos no nos dimos cuenta en su momento, pero tuvo razón.
Posteriormente, cada vez que tuvo que tomar decisiones políticas difíciles, el tiempo nos ha demostrado que tuvo razón en tomarlas: apoyó al gobierno de Caldera en momentos en los que las alternativas existentes entre las que se encontraban el caos de los golpistas, un gobierno de la Causa R o uno de Claudio, hubiese sido muchísimo peor de lo que terminamos padeciendo bajo su mandato; llevó adelante la reforma de las prestaciones sociales, pedimento de toda la sociedad que no había sido posible sacar del pantano populista desde hacía, para el momento, más de 20 años; se negó a apoyar a Chávez en la campaña de 1998 posición que lo llevó a romper con su propio partido (el MAS); rechazó el decreto de Carmona y denunció las desviaciones antidemocráticas de aquel acuerdo de elites; se opuso a los militares y civiles de la Plaza Altamira y a sus planes de acabar con el régimen chavista a punta de atajos; apoyó el paro mientras este no fuera indefinido, advirtió de los peligros de perder a PDVSA, se dio cuenta y admitió públicamente que el chavismo era mayoritario (cuestión que todavía hoy no hacen los demás políticos de oposición) lo que le llevó a enfrentarse a todo el discurso recalcitrante que, por afán antichavista, terminaba siendo antipopular; calificó como error y se opuso a los llamados abstencionistas para las elecciones parlamentarias y un largo etc. Fue despreciado, criticado y sepultado, pero tuvo razón.
A todas estas y en cada caso, Teodoro ha actuado de frente dejando como testimonio obra escrita, entre muchas otras, Socialismo para Venezuela, Proceso a La Izquierda, Por qué hago lo que hago, Dos Izquierdas y un sin fin de editoriales.
En todas y cada una de aquellas coyunturas no faltaba quien denigrara de sus decisiones ¿se tratará entonces, ahora sí, de su suicidio político?