sábado, 22 de marzo de 2014

Cada día más violada

Te intentan violar dentro de tu universidad. ¿Ante quién acudes? ¿A la policía, para que te humillen? ¿para que encuentres entre los que te toman la declaración a uno de los que te manoseó? ¿Vas a la medicatura forense, para sufrir por segunda vez la humillación, esta vez ante otro hombre?
No; te apoyas en tus amigos, tus compañeros de clase. Salen a protestar, a drenar la indignación. A pedir justicia.
Pero por salir a la calle, los reprimen, guardias nacionales y policías les lanzan bombas lacrimógenas y les disparan con escopetas. Les meten presos.
En los días siguiente, ¿qué hacen? ¿Alguien los escuchó? ¿Liberaron a tus amigos? No; a tus amigos los envían a una cárcel a 700 kmts de distancia, a una cárcel común, junto a reos de la peor calaña. Te llaman fascista, golpista, escuálida…
Otros jóvenes, de todas partes del país, se indignan y solidarizan, protestan ante la Fiscalía General de tu República, quieren llevar un documento. ¿Los reciben? ¿les hacen caso? No. Les dan la espalda, preparan una emboscada, llaman a escuadrones de la muerte y los atacan despiadadamente causando destrozos para culparlos a ustedes, a los que protestaban. Mueren dos esa tarde. En la noche, cuando ustedes se había replegado en Chacao, cae un tercero. Tiros disparados a la cabeza. Los siguen llamando fascistas, golpistas, escuálidos …

Así comenzó todo hace ya mes y medio.

Toda sociedad, todo ciudadano, necesita elevar sus denuncias, sus quejas, necesita que el estado le escuche sus demandas. Para eso, existen los canales de intermediación: partidos políticos, medios de comunicación, asociaciones, colegios profesionales, sindicatos, etc. Estos canales, necesitan, a su vez, que el Estado disponga de “ventanillas” para la comunicación: parlamento, fiscalía, defensoría del pueblo, tribunales, policías, ministerios, etc.
Tu cuentas con la MUD, la unidad de todos los partidos de oposición, la unión de partidos y grupos y personas independientes, tienes diputados a los que votaste. Tienes Gobernadores y Alcaldes, concejales y legisladores regionales y municipales, pero si no son del Psuv, no son escuchados, no les dan la palabra en los órganos de representación popular, les niegan presupuestos, les quitan competencias, los persiguen, les allanan la inmunidad de sus cargos y los apresan sin causa justificada. A la mayor parte de ellos, una vez que fueron elegidos, el Estado les nombró a militares en estructuras paralelas para anularlos.
Tu contabas con medios de comunicación, pero estos han venido desapareciendo, los cierran, los compraron los testaferros del régimen, están siendo censurados o se autocensuran por temor; les niegan el papel que requieren para sus publicaciones. Cierran canales o sacan del aire la señal de canales internacionales. Botan periodistas, censuran a articulistas, enjuician a los editores.

La defensoría del pueblo lleva años sin defender a otro que no sea al Estado mismo. La Fiscalía, utiliza la justicia y la investigación de causas como castigo a los que disienten. A gente como tu, las criminalizan, las encauzan, les inventan delitos contra el Estado. Los Tribunales están en manos de partidarios del Psuv que cantan sus loas al gobernante, se atropellan para agradarle primero o mas descaradamente o confiesan sin tapujos que su estabilidad laboral dependen de su sumisión al régimen.
Estas indefenso, nadie te escucha. Te irrespetan de la peor manera posible: negándote entidad. Tu no existes para ellos.
Recurres a organismos internacionales: a la OEA, a Unasur. Allí los gobiernos de países vecinos prefieren callar antes que defenderte; los intereses económicos pueden más que los principios. Lo que nunca aceptarían en casa, estos gobiernos lo aceptan en Venezuela, la que les provee de petróleo, la que les compra sus productos, las que les financia sus campañas internas con maletines llenos de dólares.
Sigues en la calle. Quieres ser escuchada. Ahora, otros en tu misma situación se te unen: los que tienen algo que decir sobre el estado de los hospitales, los que se quejan del desabastecimiento, los que quieren que sus sueldos les alcance, los que quieren justicia, los que ansían ser respetados, los que ya no aguantan la desesperanza.
¿A quién acudir? No hay ventanillas, nadie te reconoce.
Sales a la calle, trancas calles. Es tal tu indignación que no te das cuenta que en esas guarimbas a quienes trancas es a gente como tu. A tus vecinos. Pero necesitas ser escuchado, necesitas ser reconocido. En las guarimbas consigues gente como tu, indignada, valiente, harta. Llegan a reprimirte, con saña, con fuerza desproporcionada. Caen más muertos, innumerables heridos. Detenciones, abusos policiales, torturas. Se suman escuadrones de la muerte amparados por la Guardia Nacional y la Policía Nacional Bolivariana. Caen más muertos; el cuarto, el quinto, el décimo, el vigésimo, el trigésimo…
El Gobierno llama a la paz. Convoca a reuniones, pero para entrar en ellas debes aceptar que eres fascista, golpista, reconocerte en tanto que minoría desconocedora de la legitimidad de un Estado que, por desempeño, ha dejado de ser legítimo. Te invitan insultándote. Te extienden invitación en cuyo sobre se dice: “Para: don nadie”.
Los escuadrones de la muerte son condecorados, “actuaron impecablemente”. Las torturas ya no caben en los informes de las comisiones de DDHH. Las redes sociales explotan de indignación. Movilizan al ejército. Toman plazas y calles.
Y tu sigues allí cada día más violada.

jueves, 20 de febrero de 2014

Venezuela invadida

El régimen se comporta como un ejército invasor. Desconoce tanto los derechos como la humanidad del invadido. Utiliza no sólo su poderío militar y policial sino que crea, arma, encubre, alienta y usa a grupos parapoliciales que se movilizan en motos, bajo el amparo de la Guardia Nacional y la policía nacional. Para garantizarles impunidad, se encadenan los medios de comunicación y con la llegada de la noche se movilizan como una manada de muerte, llegando de improviso a las urbanizaciones y barrios de las distintas ciudades del país disparando a mansalva, tanto gases lacrimógenos como perdigones y balas, disparadas a la cabeza, al cuerpo, para causar muerte y daños graves y dolorosos, destrozan vehículos y propiedades, ingresan a los edificios con inquina y destilando odio buscando a los que allí se resguardan. Mientras tanto, en los medios de comunicación impera el silencio cómplice, la voz del gran hermano encadenado a la mentira continúa destilando odio contra este país invadido que creen de su propiedad. Nos desconocen con las armas y con las palabras. No hay un solo intento por bajar la escalada de violencia. Quieren nuestro exterminio moral y físico. Que nos vayamos del país.
Todas las instituciones están bajo su dominio, los tribunales prestos para condenar a los agredidos, la fiscalía y la defensora del pueblo, uniformadas de rojo o mudas. El parlamento cierra sus puertas y ni siquiera debate lo que sucede y si lo hace es para convalidar esta locura dándole poderes extraordinarios a ese ejército invasor. Los corifeos se desplazan a las instituciones diplomáticas regionales a denunciar a los agredidos, a las víctimas como victimarios. Y el mundo calla.
Silencio.

viernes, 24 de enero de 2014

Próspero 2014

Próspero,ra

adj. Favorable, propicio, afortunado.
Que mejora y se enriquece progresivamente.

En Venezuela:
Que abras la llave y tengas agua, que no se te vaya la luz, ni que cambios en la tensión te quemen algún electrodoméstico.

Que no te atrases en el condominio, tu hipoteca o en el pago de tu alquiler, que no invadan cerca de tu casa para que no baje el valor de tu propiedad.

Que puedas tener tu carro, el que desees, del color y modelo que te provoque, que tengas como pagar el seguro, que no te lo roben, que ningún motorizado te tumbe el retrovisor, ni que Dios permita que atropelles a alguno. Que no te choquen el carro y si te llegase a pasar que consigas los repuestos.

Que mantengas tu empleo o consigas uno mejor. Que tu empleador pueda recompensarte el valor de tus aportes al trabajo y que los impuestos directos e indirectos, la seguridad jurídica y el respeto a la ley le permitan a tu empleador seguir teniendo ganancias, invertir en el negocio y mejorar tus condiciones de contratación. Que no te expropien el empleo y te conviertan en empleado público y, si ya lo eres, que tengan respeto por tu carrera y a tu dignidad como persona sin obligarte a vestir de rojo y marchar con y por ellos si tu no quieres.

Que puedas ahorrar y que tus ahorros sean compensados con tasas de interés reales positivas, es decir que no se los coma la inflación. Que puedas tener seguro médico, de manera que puedas escoger tu médico tratante, tu lugar de intervención y tratamiento, que consigas las medicinas, instrumental quirúrgico y al especialista que necesitas y que si no puedes pagar un seguro que la salud pública te atienda con dignidad, a tiempo y con sapiencia.

Que puedas alimentarte sanamente, balanceadamente, para lo cual puedas conseguir los alimentos que requieres en buen estado y a tu alcance económico. Que además puedas conseguir artículos de limpieza personal y del hogar, enseres, muebles, electrodomésticos, vestido y calzados y cuanta cosa desees comprarte con el esfuerzo de tu trabajo. Que puedas salir a divertirte, sin miedo, relajadamente, cada quien haciendo lo que le provoque hacer con su tiempo libre: correr, practicar deportes, salir a comer, ir al cine, bailar, tomarte unos tragos, ir a fiestas, a la playa o a la montaña, viajar. Que consigas pasajes a donde te provoque y que puedas pagar tus gastos en el exterior con tus ahorros o con el poder de tu endeudamiento, sin mayores restricciones burocráticas.

Que si tienes hijos estos puedan estudiar en una escuela de tu escogencia, de calidad, con profesores y maestros preparados, motivados y con humanidad. Que le impartan conocimientos, valores, buenas costumbres, pensamiento critico y no que te lo ideologicen o coopten políticamente en contra de tus deseos y sus derechos humanos.

Que tu gobierno te respete como ciudadano, sobre quien descansa la soberanía nacional, que no te maltrate en tu relación con las dependencias públicas, que se te oiga y actúen con diligencia, que entiendan que están a tu servicio y no tu al de ellos. Que en sus discursos no te irrespeten la inteligencia, te ofendan, te nieguen los derechos elementales, te traten por igual a cualquier otro ciudadano y que todos seamos iguales ante la ley.

Que pierdas el temor a morir en cualquier esquina, en cualquier calle, en cualquier momento y sin razón alguna en manos de asesinos que valoran más tu celular que tu vida, que cumplan el rito de iniciación que les impone un pran cualquiera o que simplemente te detesta por tener lo que ellos nunca tuvieron.

Que puedas mantener las esperanzas en que tu mañana será mejor que tu presente por el solo hecho de que estas sano y tienes trabajo, no porque ganarás la lotería, ni porque te darán ayudas denigrantes de tu condición humana a cambio de cualquier prebenda como tu voto, que será mejor por tu esfuerzo, no porque “Dios y la Virgen quieran”. Que cuando las fuerzas te fallen, cuando la edad no te permita seguir ganándote la vida con el sudor de tu frente, tengas una pensión decente que te garantice una vejez digna. Y así, generación tras generación los hijos sean mejores personas que sus padres, porque tuvieron lo que a aquellos les faltó para realizarse a plenitud.

Es mucho pedir, lo se. Pero a eso es a lo que me refiero cuando les deseo un próspero 2014.

sábado, 2 de julio de 2011

Un hueco en las entrañas

Por: Nicolás Toledo Alemán.


Había una vez un río de petróleo que iba a desembocar en un mar de corrupción. En ese mar nadaban con mayor o menor pena un conjunto de personas agarrándose de lo que pudiera flotar: un cargo en la administración pública, una beca cultural, una cátedra de alguna universidad autónoma, compadrazgos que dicho sea de paso flotan muy bien en estas aguas, alguno que otro del robo de bancos -los bancos siempre flotan bien en cualquier mar-, otros de ciertos contratos cuyo diseño los hace surcar las olas plácidamente y muchos, pero muchos que de tanto comer mierda flotaban solos.
Sus días pasaban sin pena ni gloria, sobre todo sin gloria. Lavaban sus gargantas con cualquier lavagallo, empotrados en barras de bares que también medio flotaban como podían. Hablaban de cualquier vaina generalmente en tiempo pasado glorioso que no pudo ser de tanto jején y cadillo, pero sobre todo de errores y traiciones, de conchas y tiros y torturas y helicópteros desde donde llovían héroes. Algunos eran artistas plásticos, poetas, cineastas y hasta escritores (músicos pocos, ellos vuelan alto) que cada quince y último se daban un paseíto nadando pasaban por go y cobraban sus cobres.
Tenían buen verbo, hablaban de mundos mejores y hombres nuevos, de justicia y libertad. Criticaban ese mar en el que flotaban cada vez que se ponían a nadar estilo espalda y podían ver el sol. En ese mar también había barcos, botes y yates, pero también corchos y grandes peñascos fuertemente implantados en la arena. Los barcos eran exitosos, en ellos cabía mucha gente. Los botes no estaban mal, te permitían mantener la cabeza fuera y respirar con cierta holgura. Los yates si eran inalcanzables, por lo general lo manejaban yuppies que hacían dinero en la bolsa y transaban divisas preferenciales. Los corchos siempre estaban a flote, subían con cualquier ola y cuando había marea baja flotaban igual que con la alta pero eran mal vistos por no tener ideas propias y dejarse llevar por modas, los llamaban oportunistas. Las rocas y peñascos estaban allí, al parecer, en contra de su voluntad. Se sentían más bien injustamente bañados por la calidad putrefacta de esas aguas, seguían allí porque algo las mantenía firmemente arraigadas en una lucha permanente contra la fuerza erosionadora del mar.
Un día pasó por allí un portaviones, la mayor parte de los que allí pululaban lo admiraron, le vieron sólido, bien armado, con gran calado y mucha autonomía de navegación, en su cubierta había poca gente, muchos en popa viendo hacia atrás, algunos a babor (izquierda) y otros a estribor (derecha) y aparentemente nadie en la proa viendo hacia adelante. Les tendieron cabos y escaleras y muchos, muchísimos, subieron a bordo. Los que lo hicieron muy pronto cambiaron el lavagallos por finos licores, la dieta de estiércol por platos abundantes en las mejores mesas. Tan sólo les ordenaron ponerse un salvavidas color rojo y asistir a todas las convocatorias que se hiciesen. Parecía poco el costo para semejante travesía en comodidad y prestancia. El portaviones hundió a la mayor parte de los barcos y botes, pero los que navegaban en ellos pronto se unieron y empezaron a construir un buque acorazado.
La vida en el portaviones era cómoda, el combustible tan solo se debía tomar del mismo mar en el que flotaban, viajaban por todo el mundo, vivían con boato y desdén por los demás. Despilfarraron sus alacenas y tenían siempre sus motores a toda revolución arrasando con todo lo que estuviera al alcance de sus hélices. Era tan grande y poderoso que menospreciaron al acorazado y, sobretodo, despreciaron a todos los que no tenían salvavidas lanzándolos por la borda o topándolos con su proa hasta partirlos o doblegarlos.
Un día, por casualidad, alguien descendió a la sala de máquinas, nunca nadie había sentido la necesidad de visitar esas entrañas; el gran buque se sentía tan cómodo, tan poderoso, era tan arrogante y el horizonte estaba tan despejado que ¿para qué revisar allí, donde es mejor no estar jurungando?
Lo que encontraron les hizo saltar las alarmas: un gran hueco por debajo de la línea de flotación, un hueco corroído en un latón herrumbroso. Ordenaron taparlo, pero empezaron a ver que el óxido y el moho se habían extendido a otras paredes aledañas en el vientre del navío.
¿Qué hacer? Por lo pronto seguir con la música, que nadie se entere pues el pánico podía escorar al otrora indestructible portaviones. Muchos confían en los soldadores y fontaneros pero empiezan a tragar duro. Otros se aferran aún más fuertemente a sus salvavidas y buscan probarlos disimuladamente en las bañeras y en las piscinas. Todos silban y se pasean por cubierta como quien no quiere, así, distraídamente, acercándose como por casualidad a los pocos botes salvavidas y otros se hacen de bengalas por si hay que lanzar señales de auxilio. Todos sacan cuentas, el de al lado, el de enfrente pudiera ser tu competencia a la hora del “mujeres y niños primero”.
Ya nada parece ser lo mismo en ese mar de corrupción con su afluente petrolero. El portaviones podrá seguir a flote pero se le vieron las costuras, nunca podrá seguir como si nada, su lustre y su mito de acero indestructible hizo agua, ahora le pesa el tonelaje, su tripulación lo acompañará mientras flote y mantengan a resguardo los botes salvavidas. Nadie quiere ser el primero, pero sobre todo, nadie querrá ser el último en saltar. Sus pasajeros están nerviosos y empiezan a otear el horizonte cotejando las condiciones del navío que les da albergue con las del destructor que navega a su lado. Los demás botes y yates empiezan a hacer ondear facturas que hacen las veces de banderas.
En cubierta tirita un pasajero, si se le acercan podrán oírle lamentarse en voz queda: Tan mal que me porté con ellos, tan altanero que fui, tan vengativo, cuánto mentí, a cuánta gente herí, tanto equipaje que acumulé en mi camarote 5 estrellas que ahora me pesa y que no podré ocultar y este chaleco que me ahoga…