martes, 27 de noviembre de 2001

Había una vez una Asamblea…




“La extrema obediencia supone ignorancia en quien obedece…, inclusive en quien manda, el cual no tiene que deliberar, que dudar, ni razonar; no tiene más que querer.”
Montesquieu



... cuyas acciones legislativas se supeditaban a aprobar acrítica y velozmente cualquier iniciativa surgida del ejecutivo, a cercenar todo derecho a controlar los actos del Gobierno, a acallar todo intento por elevar una voz de protesta contra el régimen, a abortar toda iniciativa por investigar las denuncias contra violaciones a los derechos humanos, ilícitos administrativos y abusos del poder. Se encargaban de excusar a los ministros a los que la oposición consideraba necesario interpelar y habilitaban al ejecutivo para que legislara por la vía rápida.
Sus argumentos eran los típicos: ellos habían sido elegidos por el soberano, acompañaban al Presidente en una gesta heroica por fundar una nueva república, convencidos como estaban de que nada podía ser peor que el pasado, del cual abjuraban, usaban los errores de dicho pasado para excusar los que ellos mismos cometían y todo ello bajo el argumento de que los guiaban excelsas buenas intenciones. Era tanto su poder y su popularidad que podían ser altaneros, arrogantes, soberbios, tanto levantando el bosque de brazos con el que contaban en la Asamblea Nacional, como en sus declaraciones a los medios de comunicación. Cualquier opositor era tildado de escuálido, de antipatriota, de extremista o terrorista o conspirador. Permitían que se intimidara a los medios de comunicación opuestos al régimen, excusaban el uso arbitrario y chantajista del cobro de impuestos, les parecía natural que se engrasara las manos de militares afectos al proceso, que se censurara a la prensa, que se torturara, matara o desapareciera a jóvenes, estudiantes y trabajadores echándole la culpa a la delincuencia común, a los enfrentamientos entre bandas rivales o al narcoterrorismo.
Por lo general, se trataba de personajes grises, sin mayores luces propias ni apoyo popular real sustentado en trabajo social o comunitario alguno; que habían llegado a dichos cargos gracias al portaviones presidencial, que avalaron el cierre del anterior congreso y que llegaron a la Asamblea luego de un referéndum que le otorgó el mayor cúmulo de poder que presidente alguno reconociera la historia.
¿Qué recuerda la historia de los congresistas del partido fujimorista Cambio 2000? Pues que medraron de un Gobierno autoritario y corrupto, que se vendían por poco más que un plato de lentejas y unas monedas de plata servidas en la oficina de Montesinos. Su vida política ha sido barrida por la historia, esa historia que se construye, día a día, el pueblo peruano. Hoy por hoy, ninguno de los que apenas hace un año gozaban de las mieles del poder, tiene alguna vida pública y están desterrados por completo del favor popular.
Muchos se están preguntando por qué no se percataron a tiempo de cómo iban perdiendo la dignidad que sus padres les legaron, otros lamentan el vértigo que les impidió en algún momento saltar la talanquera. Otros están presos y otros huyen. Ninguno quiere acordarse de su líder...
El asambleísta del MVR cerró el libro de Historia Contemporánea de América Latina cuando oyó su nombre por los altavoces, levantó la mano para ayudar a pasar la aplanadora para apoyar las 49 leyes que el Presidente se empeñaba en sancionar aún en contra del rechazo de toda la sociedad y pensó, una vez más, en que esa noche tendría que volver a bajar la mirada cuando sus hijos intentaran escudriñarle el alma.

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