viernes, 6 de febrero de 2004

Chávez y el mito de Odiseo

Por: Nicolás Toledo Alemán





Chávez dijo hace algún tiempo, en Puerto Nutrias, que él no estaba amarrado a ningún partido, que él estaba amarrado al mástil del barco del pueblo. Semejante símil coloca a nuestro Presidente, por propia confesión, y una vez más, al lado de todos los presidentes mesiánicos que hemos tenido, demostrándonos dos cosas: que todos han echado mano del mito de Odiseo y que todos, en el fondo, son iguales.

El mito de Odiseo significa postular el camino de la autorepresión, del doblegamiento de los instintos, del “amarrarse al mástil y taparse los oídos” para concentrarse en el trabajo, elevado por la burguesía al sitial de suprema virtud. Porque ese no morir (pero a la vez, no ser feliz) no es una conducta autodestructiva, es una conducta que se niega a sí misma los frutos de su trabajo, una conducta de combate, de oposición a la naturaleza frente a un mundo hostil.

Los remeros de la nave de Odiseo (siempre nosotros, el pueblo venezolano), con los sentidos bloqueados por la decisión de su amo (tapándonos los oídos con la moderna cera de la manipulación ideológica), navegarán firmemente hacia la Ítaca remota (la Quinta República, el “mar de la felicidad”) sin prestar atención a la seductora música de lo desconocido; el señor (en este caso Chávez), en cambio, impotente por su propia decisión (amarrados al mástil del servicio público), esclavizado por sus propios esclavos (sacrificado por ellos), tendrá como satisfacción un goce reservado a los que mandan: el de sentir sin poder hacer; el exquisito placer de oír (disfrazado de sacrificio) lo que otros no pueden oír, paralizado, pero a la vez negando a los otros ese placer de privilegiados. Yo oigo sirenas que ustedes no pueden oír, yo lamento no poder hacer nada, más que lo que hago.

Carlos Andrés, Caldera, Chávez han sido nuestros modernos y vernáculos Odiseos, conscientes de los peligros de las encrespadas aguas sociales y económicas, bajan de sus olimpos (el retiro, los cuarteles) para asumir en ese mar de los sargazos que es la política su papel mítico, a demostrarnos que son “pródigos en ardides” y decirnos: “Hay un entorno, hay un mar de fondo, hay una situación grave en el país y si esa situación no se enfrenta, el destino nos reserva muchas y muy graves preocupaciones”( Fragmento del discurso de Rafael Caldera ante el Congreso de la República a propósito de los sucesos del 4 de febrero de 1992.)

“...sólo así, nosotros los pueblos podremos comenzar a salir de los abismos y andar por sobre las cumbres. Se impone un nuevo pacto mundial de Naciones Unidas, se impone un nuevo consenso democrático en Naciones Unidas. Venezuela se une a ese clamor. Tenemos que construirnos sobre la nueva realidad y sobre el nuevo momento que vivimos, sólo así podremos oír las voces del silencio.” (Fragmento del Discurso de Chávez ante la Cumbre del Milenio, ONU) Chávez, como tantos otros políticos mesiánicos latinoamericanos, se presenta como héroe que vencería los difíciles obstáculos en combates que, como el de los míticos héroes, se repiten indefinidamente en un ciclo en que cada episodio revive los mismos elementos (como en la estructura del mito): siempre hay enemigos armados de un fuerte poder, la imagen viva del mal, una imagen sin matices, ni humanidad (banqueros, viudas del paquete, traidores a la patria, especuladores, cogollos, puntofijismo, golpistas, fascistas, escuálidos, etc.); siempre hay víctimas o posibles víctimas potenciales, candorosas e inocentes (los pobres, los consumidores, el pueblo, los patriotas, Venezuela); siempre el héroe se convierte en salvador y, sobre el límite de sus fuerzas, destruye las potencias del mal.

“Ha llegado la hora de los pueblos, clamamos desde Venezuela, a nombre del pueblo bolivariano, y es un clamor a la humanidad. Llegó la hora. Salvemos al mundo” (idem).

Esta forma básica se repite inacabablemente, por encima de diferencias circunstanciales: el bien triunfa sobre el mal, el superhombre salva a los débiles que, por sí mismos, no hubieran podido sortear las trampas que se les ha tendido.

Pero muchas veces es el mismo héroe el amenazado por quienes tratan de destruir su capacidad de protección hacia los más débiles. Al igual que Odiseo, Chávez está permanentemente en medio de fuerzas hostiles a las que vence por su astucia y sus poderes extraordinarios, pero nunca completamente sólo, sino ayudado por otros personajes subalternos, gente que se sitúa en un segundo plano y cuya vida parece ser reflejo simplemente de la suya. Así como en el pasaje de las sirenas, Odiseo precisa de sus remeros, que lo atan pero que a la vez lo alejan del peligro, también Chávez, tienen sus ayudantes que, deslumbrados por su persona, colaboran con él.

Tal es la moraleja: quien quiera dominar debe prestar oídos sordos a aquello que pueda destruirlo llámese Miquilena, Gaviria, Grupo de Amigos, Iglesia Católica, y si acaso se siente tentado a dar pasos en el abismo, debe aprender a ponerse a salvo usando la astucia racional. Moraleja de la que se desprende, que así como el mito primigenio se debe al encantamiento de la naturaleza, el triunfo sobre el mito surge de la emancipación de la naturaleza. En tal caso, el hombre sobrepasado cede la iniciativa al hombre constituyente.

Estas coincidencias profundas entre Odiseo y Chávez los emparienta ideológicamente, por más que en otros sentidos se registren diferencias: mientras Odiseo representa los matices y las características humanas que la clase dominante se reconoce a sí misma (es el mito de los esclavistas griegos destinado a su propia clase) por lo que no necesita deshumanizarse por completo sino que, por el contrario, requiere de ese mínimo de humanidad, de ese referente concreto que permite la identificación, nuestro Presidente, por su parte, dirige su mensaje hacia el hombre de la calle, explotado, cosificado por nuestra sociedad. Necesita, por lo tanto, presentarse como deshumanizado completamente (el guerrero, la espada de Bolívar, el mito beisbolístico, la reencarnación de Maisanta, Zamora, Bolívar, Rodríguez) para permitir, paradójicamente, la identificación de unos hombres que se encuentran absolutamente despojados de su condición de tales, reducidos al papel de puros engranajes de una gigantesca máquina que no sólo no entienden sino que, además, no conocen.

Odiseo se afirma en su ser de hombre (luego de hacerse pasar por loco, para no ir a la guerra), a sabiendas de que la finitud es el inexorable destino del ser humano. Esta actitud de no aceptar la inmortalidad, que debió asombrar a Calipso y al propio Zeus, no la tiene Chávez. Chávez (¿se mete a soldado para esconder su locura?) se acobarda frente a la muerte, pero aspira a la inmortalidad como un Buzz Ligthyear llanero (“hasta el infinito y más allá”).

Chávez se ha llamado a sí mismo de muchas maneras: auscultador del alma nacional, sensible al sufrimiento ajeno, cumplidor de lo que promete, abridor de caminos, transformador y creador, necesario, luchador contra las injusticias, catapultado por el pueblo, el que evitará la destrucción, el que advierte del peligro, el refundador de la República, parecido a Gaitán y justo como Zamora, cirujano eficiente de largo aliento, con pulsiones óntico cósmicas, cosmo vitales y racional sociales, personificación de la voluntad general y colectiva, el que provee de capacidad de supervivencia al Estado, conductor en soledad de la política exterior y de las FAN (todos los calificativos tomados de la carta de Chávez al TSJ).

Chávez le habla a un pueblo al que considera personas con necesidades vitales reprimidas, a punto de explotar, con evidente isostasia (?), conjunto de sufridos, traicionados y humillados, callados, pudorosos y dignos, que se cuentan por millones de seres humanos, todos ellos despojados y excluidos, olvidados, humildes. Muchedumbres con energías detonantes en el inconsciente, cada vez más pobres por culpa de los cada vez más ricos; despojados, sin iniciativa personal, sin responsabilidad, arrastrados a vivir atrozmente, que viven de una manera indigna de la persona humana (todos los calificativos tomados de la carta de Chávez al TSJ).

Chávez (el héroe) le habla al pueblo (desvalido) y lo alerta de sus enemigos, a quienes califica de traidores, humilladores, causantes de sufrimiento, despojadores y excluyentes, desesperanzadores, acaparadores, injustos, que se olvidaron del pueblo. Irrespetuosos de resultados electorales, que impiden hacer justicia, objetos del odio de las muchedumbres por ser responsables de los problemas de la nación, no democráticos, violadores de los derechos humanos. Cada vez más ricos en perjuicio de los cada vez más pobres, prepotentes económicos que impiden que la justicia llegue a hombres y mujeres del común. Despojadores de las posibilidades de iniciativa personal y responsabilidad de la gente, responsables de arrastrar a la gente a vivir, trabajar, estar desempleados, ser pobres en condiciones atroces e indignas. Oligarquía injusta, causantes de ancestrales males de Venezuela, que están de espaldas al derecho, irrespetuosos de la Constitución, contrarios a la independencia y a la integridad territorial de la Nación, que no personifican la voluntad general de las muchedumbres, ni quieren que Venezuela sea una potencia (todos los calificativos tomados de la carta de Chávez al TSJ).

Chávez (Odiseo) debe luchar sin tregua hasta salir de las redes de lo fantástico, de lo caótico, de lo antihumano, de lo irracional, hasta su retiro en el que sembrará topochos (su Ítaca). Solo que a él le acosan redes que él mismo construye o a las que él mismo alienta para mantener incólume su mito heroico.

Los mitos manipulados como el de Odiseo hay que vincularlos, tanto a la realidad que muestran, como a la que ocultan, tratando de entender los beneficios que obtienen de su manipulación, ciertos intereses en la sociedad. Sabemos que para que la manipulación sea más eficaz, no debe haber pruebas de su presencia, de allí que, la manipulación necesite contar con una falsa realidad que implique la negación continua de su existencia. Por eso, el uso del mito de Odiseo tiene que ir acompañado de un esfuerzo mediático por pintarnos (y convencernos de que existe) una realidad que esconda la manipulación: un país sin analfabetos en apenas seis meses, un país donde nadie quiere revocarle su mandato (megafraude), un golpe de estado que se disfraza de revuelta cívico-militar, un vacío de poder disfrazado de golpe de estado, asesinos trocados en héroes, caída de la economía hecha pasar como submarino que emerge, profundos ignorantes que pretenden aparecer como cultos gobernantes citando a Hemingway, un país racista porque nos lo dice Danny Glover y Don King.

Chávez para ser Odiseo, necesita crear sus propias sirenas. Para convencer a los remeros de renunciar al placer de oír y seguir remando inconscientes de lo que ocurre, debe hacerles sentir y recordarles permanentemente la existencia de un supuesto peligro, inminente, que él sólo presiente, que él solo imagina, que él solo conoce.

El mito no desaparecerá, pero la historia nos evidencia que muchos de los que intentaron aprovecharse de ellos terminaron, digámoslo con cierta decencia, desdeñados. Al final, los remeros terminaremos por quitarnos la cera de los oídos y entonces, solo entonces, oiremos.

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