miércoles, 20 de abril de 2011

Palabras en homenaje a Jeannette Abouhamad

A propósito del Bautizo y Presentación del libro de la Biblioteca Biográfica Venezolana "Jeannette Abouhamad", de la Profesora Elsa Cardozo

Por: Nicolás Toledo Alemán

Entre 1978 y 1980 yo fui preparador de Jeannette Abouhamad y de Gisela Hobaica en la cátedra de Epistemología y Teoría Social de la segunda mitad del siglo XX. Una generosa carta de recomendación de Jeannette me abrió el camino para trabajar en el Cendes y, posteriormente, obtener una beca para estudiar en Francia. En 1983, ya en París, recibí una llamada de Gisela, su colega y prima, pidiéndome un favor muy particular: que fuera a la catedral de Notre Dame a pedirle a Dios por Jeannette quien estaba agonizando.

Yo nunca había entrado a una iglesia con el propósito de hablarle a Dios, pero esa vez lo hice. No sabía el protocolo, las formas adecuadas para semejante petitorio; por supuesto tampoco sabía yo acompañar mis suplicas con ningún rito, plegaria o retórica acorde con mi interlocutor. A decir verdad, tampoco sabía si me estaría escuchando alguien y aquel Dios me sigue pareciendo difuso e inconmensurable. Pero lo hice. Lo hice con todo el fervor que un marxista, aunque en trance de dejar de serlo, podía implorar. Lo hice por ella.

Fue en otra iglesia, 20 años después, con el padre Baquedano, que escuché una historia que quiero compartir con ustedes:

Había una vez un viejo capitán de un gran barco que cada vez que tenía que emprender una travesía transoceánica llegaba al puerto, ascendía a su barco y en lugar de ir directamente al puente de mando iba ritualmente a su camarote, allí abría una alacena y extraía un cofre. Lo abría con una vieja llave que siempre llevaba consigo y sacaba un papel manido. Lo desdoblaba, lo leía con atención, lo doblaba de nuevo y lo guardaba en el cofre. Cerraba todo y, entonces sí, se dirigía a su puesto de mando. Siempre hacía lo mismo cumpliendo ese secreto ritual.

Cuando el viejo capitán murió, su tripulación quiso desvelar el secreto, saciar su curiosidad y averiguar qué cosa de tanto valor o importancia pudiera encontrarse en ese cofre. Fueron al camarote, abrieron el cofre y leyeron el papel, que para sorpresa de todos, sólo contenía cuatro palabras: babor izquierda, estribor derecha.

El padre Baquedano contaba esta historia oficiando un matrimonio para ilustrarnos el valor de los fundamentos, lo que quería hacer ver era que un matrimonio era como un largo viaje que requería se emprendiera con cuatro bases sólidas: amor, comunicación, comprensión y perdón. Quería dejarle a los novios la reflexión acerca de que las reglas de convivencia son en realidad pocas y así de claras, son sencillas fórmulas morales.

Abusando quizás de la imagen, los que conocimos a Jeannette reconoceremos de inmediato que tener clases con ella era nuestra particular búsqueda de ese cofre y que sus enseñanzas fueron…, son, como ese papelito del viejo capitán. Ella nos enseñó fundamentos, fundamentos sólidos no sólo para ser buenos sociólogos, que sería si a ver vamos, algo derivado, consecuencia de lo que en verdad le importaba: eran…, son bases para ser personas dignas. Mi papelito, el que ella me enseñó y que he tratado de seguir desde entonces decía: libertad, dignidad, saber, responsabilidad.

La combinación de esos cuatro fundamentos nos dice que sólo siendo libre puedes sentir respeto por ti mismo, que huir de la mediocridad es la vía para ser libre intelectualmente. Que sólo siendo digno te puedes sentir libre, Que debes dudar de lo que has aprendido y no ser dogmático. Que para conocer, para saber de algo tienes la responsabilidad de, primero, revisarte a ti mismo. Que no debes admitir acríticamente nada, pero tampoco desecharlo. En fin, que no se trata de seguir como borregos esta bandera o aquella otra, sino de lo que se trata es de no ser borregos.

Cada vez que pienso en Jeannette y les puedo jurar que lo hago con frecuencia, lamento no haber sabido rezar aquella mañana en Notre Dame, me consuela saber que al menos le dio tiempo de legarnos a cada uno de los que la conocimos, su respectivo papelito.

Como ustedes saben, Jeannette escogió estudiar a la comunidad de Amuay porque era un pueblo en el que convivían, enfrentándose, lo moderno y lo premoderno, la gran industria con la pesca y agricultura precapitalista. En esa “región de vientos y aguas encontradas” se podía comprender mejor esa venezolanidad. Hoy, cuando estamos viviendo como país la exacerbación de la separación, la negación del otro, la banalización del mal, la intolerancia y la violencia. Hoy cuando Venezuela se ha convertido, toda ella, y en más de un sentido, en esas dos Amuay de las que ella hablaba, “región de vientos y aguas encontradas” busquemos en nosotros mismos esos fundamentos de la dignidad, nos están haciendo más falta que nunca.

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